23 enero 2004

Suena el despertador, le doy al botÛn, y la seÒorita (ya la odio a muerte) dice: ìson las 19 horas 0 minutosî. Antes de que lo repita por segunda vez y mi nivel de adrenalina sube de golpe, acierto a darle al botÛn para que calle hasta nueva orden. Me voy despertando, estoy algo confuso, no sÈ dÛnde estoy, øEspaÒa? øTailandia? øBali?, intento situarme, antreabro lo ojos e intento identificar las cosas que me rodean. °Estoy en Camboya! Acabo de llegar hace unas horas, de ahÌ el despiste. Voy poniendo las ideas en orden. He puesto el despertador para levantarme a cenar, o almorzar o desayunar, no sÈ, para ingerir algo sÛlido ya que m·s tarde el lÌquido que caer· ser· abundante. Me voy desperezando, me tomo mis ìvitaminasî, me pongo algo de ropa y salgo en busca del restaurante del hotel. Me recibe una amable camboyana ataviada de traje regional. No me imagino en EspaÒa a las camareras recibiendo a los clientes vestidas de faralaes. En cualquier caso, le queda muy bien. Me ofrece cenar el buffet (camboyano, chino, hind˙ y/o thai). No estoy para experimentos, pido la carta. Una ensalada de salmÛn ahumado y un satay de pollo con su correspondiente salsa de cacahuete me sirven de alimento. El zumo de naranja est· aguado, pero me lo tomo igual, va a ser el ˙ltimo lÌquido sin alcohol en muchas horas. No me termino el satay, hay para un regimiento. Supongo que ponen cantidad porque nadie pide pollo en estos dÌas por el problema de la extraÒa gripe que afecta Èsta y otras aves en Vietnam, paÌs colindante con Camboya y origen de gran parte de las materias primas empleadas en el paÌs. Pago la cuenta y vuelo a mi cuarto. Pongo la tele y me encuentro con la grata sorpresa de que reciben el canal internacional de TVE, los programas son, en general soporÌferos, pero se agradece ver las noticias y las novedades del ìcuoreî. Veo que todo sigue igual. Sin apenas darme cuenta, vuelvo a quedarme dormido. He de reconocer que dormir es mi aficiÛn predilecta. Sobre las 22 horas, mi alcoholÌmetro interno hace sonar la alarma, est· en alerta roja. Me despierto sin necesidad de la ayuda de la ìseÒorita repelenteî (no sÈ si es la misma que la de las gasolineras). PantalÛn, camiseta, zapatos, tabaco, mechero, c·mara de fotos, 100 dÛlares, y a la calle. Como era de suponer, frente al hotel, hacen guardia un par de moto-taxis ansiosos de que alg˙n amante de la noche solicite sus servicios. Me monto en la primera moto que s eme pone delante. Sharkyís le digo. No hace falta decir m·s. Sharkyís es uno de los bares m·s conocidos de Phnom Penh para extranjeros. No es un bar de putas, pero las que pululan por allÌ son putas. En pocos minutos llegamos a destino. Le doy un dÛlar al motorista y subo las escaleras que me llevan hasta el interior del local. Est· ubicado en un primer piso en el centro de la ciudad. Es grande, muy grande. El centro est· ocupado por una enorme barra antendida por una decena de camareras y un par de encargados. El resto de la sala la ocupan mesas altas, taburetes y tres billares de dimensiones considerables. Jugar al billar es gratis, no sÈ si por puro altruismo o por el simple hecho de que en Camboya no existen las monedas. Gran parte de las chicas son expertas jugadoras. Se suele jugar en parejas, blanco y camboyana contra otra pareja igual. Me ofrecen jugar en varias ocasiones, sin embargo, rechazo le ofrecimiento, no sÈ si por miedo al ridÌculo o miedo a alejarme de mi copa, la cuestiÛn es que me limito a ser espectador; algunas jugadoras son un espect·CULO en sÌ mismas. En repetidas ocasiones se me acercan muchachitas y no tan muchachitas para ofrecerme un masaje, eufemismo que emplean para preguntar si me las quiero llevar al catre. Las rechazo una tras otra. Es muy pronto, me faltan varias copas y tengo que visitar otros bares. Se aproxima otra en busca de conversaciÛn, no le pongo impedimento alguno, si bien su cara tiene algo que me da cierto repel˙s: tiene la nariz de Michael Jackson. Algo raro en esta zona en la que la inmensa mayorÌa tienen la nariz chata. No le pregunto por el motivo de tan extraÒo fenÛmeno por pudor. Tras la usual conversaciÛn (de dÛnde eres, cu·nto tiempo de quedas, y dem·s banalidades), salgo al balcÛn que se alarga por toda la fachada y tiene vistas a la calle, bueno, m·s bien a la maraÒa de cables elÈctricos y telefÛnicos que van de un lado a otro sin orden aparente. No pasan dos minutos y ya aparece otra espont·nea. …sta, m·s clara y directa me dice que hace ìde todoî, no entro en detalles y le agradezco la informaciÛn, emplaz·ndola para mejor ocasiÛn. Viendo que mi mÛvil espaÒol tiene seÒal (por primera vez en aÒos) aprovecho por interesarme por mi familia. Ser· el ˙nico dÌa en que funcione el telÈfono.
Tras casi dos horas dando vueltas a la barra, tal como hacen los musulmanes en la Meca, busco nuevo destino. El Martiniís es una buena elecciÛn. La primera vez que oÌ hablar de este lugar de esparcimiento fue en un reportaje de televisiÛn que trataba de la pedofilia en el sudeste asi·tico. Una vez m·s pude comprobar que ciertos periodistas, con af·n de lucro o notoriedad, o simple desconocimiento, desvirt˙an la realidad. El Martiniís es un amplio local, a cielo descubierto en un ochenta por ciento, con una pequeÒa y oscura discoteca, una barra en el exterior, cuatro o cinco chiringuitos de comida variada (china, thai, occidental, helados, etc.) y un escenario dÛnde hay m˙sica en vivo los fines de semana y pelÌculas variadas el resto del tiempo. Un par de billares gratuitos y unas peculiares m·quinas en las que el juego consiste en ir disparando unas bolitas met·licas mediante un lanzador de muelle y asÌ obtener puntos, complementan el entretenimiento. La chicas que por allÌ andan libre y voluntariamente, son ciertamente jÛvenes, pero lo suficientemente maduras para saber lo que est·n haciendo. Su nivel de inglÈs es bajo o nulo, lo que no impide que se puedan entablar breves conversaciones. Se me acercan varias, casi siempre en pareja, le voy dando puerta, hasta que al final, por agotamiento o embriaguez, acepto seguirle el rollo a una. Es medio camboyana y vietnamita, tiene 24 aÒos. No tiene otra cosa mejor que buscar clientes. La gran mayorÌa son vietnamitas puras o mezcla de los dos paÌses. Mis dotes polÌglotas apenas me sirven aquÌ, tampoco me importa mucho, no he venido a hablar. Cuando considero que el nivel de alcohol en sangre es aceptable, le doy la oportunidad de que me acompaÒe a un hotel para conocerla m·s a fondo, nunca las llevo a mi hotel ni les digo dÛnde me alojo, para evitar que me importunen cuando menos me lo espero. Le pregunto cu·nto quiere a cambio del rato de compaÒÌa. Lo que yo quiera, es su respuesta. Respuesta extraÒa para alguien que viene de fuera, pero bastante habitual por estos lares. Est·n muy seguras de la calidad de sus servicios. Sin demorarnos m·s, salimos del Martiniís. AllÌ est· mi moto-taxista esperando. Nos montamos los tres en la moto (aquÌ suelen ir hasta cuatro) y le indico al motorista que quiero un hotelillo curioso para pasar un par de horas (yo siempre tan optimista). Llegamos a uno situado junto al mercado central de la ciudad. Me piden 10 dÛlares, una autÈntica barbaridad (luego me entero del por quÈ), pero acepto, la mente ya no rige como deberÌa. Nos acompaÒan hasta el segundo piso. La habitaciÛn resulta ser bastante penosa, oscura, sin airear, en fin, un desastre, pero por el tiempo que voy a pasar, poco me importa. Se desviste, me desvisto, se ducha, me ducho, se pone a trabajar, me pongo a descansar. La ìfiestaî termina mucho antes de las dos horas previstas optimÌsticamente por mÌ. Mientras se viste (yo ya me he vestido en un visto y no visto), me explica que cuando entr·bamos en el hotel el puto moto-taxista les decÌa a los de recepciÛn, a mis espaldas e indic·ndolo con los dedos, que me cobraran 10 dÛlares (para percibir una comosiÛn). Me cabrea pero no le digo nada, la chica me ha pedido que me calle por miedo a que tome represalias contra ella. AsÌ lo hago, pero la dÌa siguiente, le darÈ la brasa toda la noche con los 10 dÛlares, diciÈndole que sÈ que alguien se ha quedado con parte de ese dinero y que espero enterarme. La chica, de cuyo nombre no puedo acordarme (era corto pero complicado) se fue feliz y contenta con sus 20 dÛlares en el bolsillo (suelen percibir 15 o menos).
Renovado por dentro, y habiendo quemado algo de alcohol, le digo al comisionista maldito que me lleve hasta el ìAfter Darknessî un pub donde se concentra gran parte de los turistas y residentes extranjeros amantes de las noches largas. Afortunadamente, en Camboya, los locales nocturnos cierran bien adentrada la noche. Me cachean a la entrada, ya que las armas circulan con mucha alegrÌa por este paÌs. Llego hasta la barra y me pido un whisky con Sprite. Cuando todavÌa no me lo han traÌdo, veo al otro lado de la barra a Shane, un joven irlandÈs que conocÌ el aÒo pasado. Me comunica que ahora vive aquÌ. Me pone al dÌa de cÛmo est· la situaciÛn del paÌs, no la socioeconÛmica ni la polÌtica, sino la que a mi me interesa, la de la diversiÛn y el ìdolce far nienteî. Quedamos para el dÌa siguiente. Las luces del local se encienden, nos invitan a cambiar de local. TodavÌa me queda un h·lito de vida, creo que puedo con otro whisky. En la misma calle est· el ìWalk Aboutî, un pequeÒo bar-pensiÛn con mesas en la calle y un par de billares. Me tomo la pen˙ltima a trancas y barrancas. Voy a hacerle sudar la comisiÛn del hotel al motorista, tras dar el ˙ltimo trago, veo que su cara se alegra, ya ve cerca el final de su larga jornada. Finalmente le digo que me lleve de vuelta a mi hotel. Durante todo el trayecto no paro de decirle que el hotel donde me ha llevado es muy caro, se lo repito hasta el agotamiento, suyo, no mÌo. Al llegar le doy tres dÛlares por toda la noche, no est· muy convencido pero no se atreve a quejarse.
SÈ que llego a la habitaciÛn porque al dÌa siguiente me despierto en mi cama.