16 diciembre 2003

El domingo casi le doy la vuelta al marcador. BatÌ mi record personal en la isla, lleguÈ al hotel cuando los turistas que estaban en la piscina ya habÌan empezado a ponerse como gambas.
ParecÌa que iba a ser una noche como otra m·s. Primero al Bar Bagus a ver un partido de la liga inglesa, con lo que me interesa a mi este deporte, propio de seres violentos con cara de inocente (como me revienta cuando dan una patada a mala hostia y luego miran a todos lados diciendo ìøQuÈ ha pasado, quÈ ha pasado?î, pues que eres un gilipollas violento, eso es lo que ha pasado). Bueno, tras esta divagaciÛn, vayamos a la que ibamos. Estuve en el Bagus, luego me pasÈ por el Paddyís, un par de copas m·s (ya he buscadoa la os camareros m·s r·pidos) y terminÈ en el Bounty. Al no haber mucha clientela, sobre las 5 decidieron cerrar, dej·ndome con la copa, reciÈn pedida, en la mano. La fui apurando a marchas forzadas. BajÈ las escaleras y lleguÈ hasta la calle, lugar donde pululan a esas horas todo tipo de seres, borrachos, pedig¸eÒos, trepas, camellos y una especie muy peculiar por estos paÌses: el moto-taxista. Tiene soluciones para todo, te busca lo que te haga falta, se hace colega (falso, claro) tuyo. Me encontrÈ uno, cercano a la cuarentena, que parecÌa bastante simp·tico, claro que a esas horas seg˙n me pillen, todos son simp·ticos o todos son bordes. En fin que me liÛ para seguir la marcha por otros lugares, la verdad es que no le costÛ mucho. HacÌa dÌas que no cambiaba de bares. Me propuso un par. CÛmo me daba igual, le dije el segundo de los que me propuso. Craso error, pero bueno, asÌ se aprende. Skandal era el lugar. Tardamos apenas unos minutos. PaguÈ la entrada (50.000 rupias) y subÌ unas escaleras dispuesto a tomarme la pen˙ltima. En cuanto lleguÈ a la sala, mi memoria me transportÛ en el tiempo a una ìdiscotecaî que hace aÒos tuvimos ocasiÛn de visitar mi amigo Mateo y yo en Lampang (un pueblo al norte de Tailandia). Lo ˙nico que nos indicaba que el local no estaba cerrado, era que habÌa m˙sica. Si estirabas la mano, no te podÌas ver las uÒas. El Skandal estaba lleno de asi·ticos y alg˙n blanco. AcabÈ la copa en cuatro sorbos, y eso que a esa hora ya costaba tragar un poco. BajÈ con media cara de indignaciÛn, aunque en el fondo el moto-taxista no tenÌa la culpa. Le indiquÈ que querÌa ir al otro local, a pesar de que el sol empezaba ya a despuntar. Ya habÌa oÌdo hablar del ìDouble sixî. Llegamos y en ese momento un BMW de gran cilindrada me dio un golpe en la mano con el retrovisor. Se empezÛ a montar el pollo entre mi moto-taxista y la acompaÒante del conductor (un blanco que por lo tranquilo que estaba, me da la impresiÛn de que no tenÌa todos los papeles en regla). Me hice la vÌctima cuando en realidad fue casi mi mano la que fue a buscar el retrovisor. Pero, a lo que iba, ya no habÌa ni portero, pero seguÌa habiendo gente bailando en el interior. Un interior relativo, el Double Six es una discoteca exterior construida sobre la playa. Mientras bailas o te tomas unas copas puedes ver, la luna, las estrellas y en mi caso el sol amaneciendo. Me encontrÈ a otros ìexpulsadosî del Bounty, que inevitablemente habÌan ido a parar allÌ. Se me propuso seguir la marcha en otros bares que abren justo a esas horas. Pero no. Mi cuerpo y, m·s que nada mi conciencia, me dijeron que ya era hora de regresar a la mullida cama del hotel.
El dÌa siguiente era de obligado reposo y tenÌa que acostarme pronto ( no sÈ cÛmo si me iba a levantar tarde). El martes habÌa contratado una excursiÛn cultural por la isla. Me sentÌa moralmente obligado a dar un barniz cultural a tanta botella de Johnny Walker.
øQuiÈn iba a creer que habÌa estado en Bali, si sÛlo conocÌa los bares en un radio de 100 metros de mi hotel?