28 diciembre 2003

Hoy hace una semana que regresÈ de Bali. La rutina ha vuelto a mi vida. Cuando me despierto tengo una difÌcil elecciÛn: øCine, masaje, compras diversas, desayuno suculento, etc.? Mientras consulto la cartelera tomo la decisiÛn.
Por mi retina pasan toda suerte de pelÌculas, buena mala o regular veo todas las pelÌculas que se ofrecen en esta ciudad, actualmente dominada por el SeÒor de los Anillos (que me he quedado sin saber quiÈn es ese seÒor). La ˙ltima pelÌcula que he visto es una coreana con subtÌtulos en tailandÈs (The Classic), sobra decir que lo que m·s me ha cautivado de dicha pelÌcula han sido los di·logos.
Una masaje diario es cosa obligatoria para mÌ cuando estos por estos lares. Generalmente me hago, m·s bien me hacen, un masaje de pies. No sÈ, y me da igual, si esto de la reflexologÌa tiene alg˙n fundamento cientÌfico (lo dudo), lo ˙nico cierto, es que da mucho gusto y uno sale del masaje muy relajado. Hoy he optado por un masaje tailandÈs de cuerpo completo, nada que ver con las guarrerÌas con las que en occidente se denomina a dicho masaje. Se trata de un masaje terapÈutico que deja de lado la zona genital para mejor ocasiÛn. Lo habitual es hacerse un masaje de dos horas que no llega a costar m·s de siete euros. La ruta habitual, con mis amistades, los domingos, es: cine, masaje, cena y puterÌo (echar un vistazo a las gogos). Hoy me he lanzado, excepcionalmente, a visitar los bares en los que se ofrece un espect·culo erÛtico, pornogr·fico dirÌa m·s bien. Hace aÒos era un asiduo, pero con el paso del tiempo, el aburrimiento y la desidia, han hecho que mi presencia en dichos locales fuera disminuyendo hasta desaparecer. Tras la toma de poder del nuevo gobierno ultra-nacionalista y ultra-conservador, temÌa que este tipo de divertimento hubiera pasado a mejor vida, sin embargo, el poder del dinero no sabe de gobiernos. AllÌ estaban las muchachitas lanzando pelotas de ping-pong, fumando, sacando guirnaldas multicolores, escribiendo, abriendo botellas, con el Ûrgano que Dios no les dio para tales menesteres. En el libro ìSesenta semanas en el PacÌficoî Antonio Escohotado se preguntaba cÛmo lograban abrir botellas con semejante Ûrgano. Yo lo sÈ, pero al igual que no es de recibo contar los trucos de los magos, no quiero hacer lo mismo con el espect·culo de estas jÛvenes. Si quiere saberlo, que me escriba, se lo detallarÈ de principio a fin.

La represiÛn policial est· llegando a lÌmites que nadie habrÌa imaginado hace unos aÒos. Sin ir m·s lejos, hace dos noches, me vi observado y seÒalado en plena calle por un policÌa uniformado. øMi falta? Estar bebiendo un whisky. Tuve suerte y no se me recriminÛ el ìdelitoî, pero se seÒalÛ a quien me lo habÌa servido que estaba cometiendo una infracciÛn. øConsecuencia? Me quedÈ sin alcohol el resto de la noche y los dÌas que siguieron. Actualmente sÛlo se pueden servir bebidas alcohÛlicas hasta las dos de la madrugada y seg˙n un nuevo proyecto de ley, a partir de finales de enero la hora se adelanta a la una. Buena forma de fomentar el turismo que busca diversiÛn. La consecuencia m·s inmediata ha sido que las chicas de los bares se han lanzado a la calle a buscar trabajo (de puta, claro) ya que los locales en que trabajaban se han vaciado y por lo tanto se ha perdido la seguridad que daba el saber que una chica trabajaba en tal o cual lugar. Los paÌses limÌtrofes est·n al acecho en espera de acoger a los turistas que se sienten ya desencantados con Tailandia. Ser· cuestiÛn de esperar unos aÒos y Camboya, Vietnam, Laos, Birmania, Indonesia, etc., se llevar·n parte del botÌn que hasta ahora ha sido exclusivo de Tailandia.

MaÒana toca visita al mercado de Chatuchak, tambiÈn conocido como mercado de fin de semana. En los aÒos que llevo pululando por este paÌs, jam·s he logrado recorrerlo en su totalidad. Todo lo que se puede comprar en Tailandia se encuentra allÌ, ropa, comida, plantas, artilugios de lo m·s diverso, etc. Todo tiene cabida en Chatuchak, lo complicado es encontrar lo que buscamos. Hay que armarse de paciencia y de agua, mucha agua, porque se suda m·s que en una sauna finlandesa. Hay que seÒalar, adem·s que los precios son notablemente inferiores a los de cualquier zona en la que predominen los turistas. El regateo es obligado, si bien no tan duro y exasperante como en otras zonas, los precios est·n bastante ajustados.

21 diciembre 2003

Estoy en el aeropuerto Ngurah Rai, el de Denpasar. Dentro de un par de horas estarÈ ya embarcando en el vuelo de Thai Airways International hacia Bangkok. La duraciÛn estimada es de algo m·s de cuatro horas, por lo que gracias a la diferencia horaria, podrÈ estarÈ ya en mi segundo hogar alrededor de las nueve de la noche. Si todavÌa me quedan fuerzas, irÈ a ver que hacen y dicen mis amigas, las reinas de la noche.
En Bali tambiÈn hay reinas de la noche, aunque oficialmente, al igual que sucede en Tailandia, no existe la prostituciÛn. Pero Bali, mejor dicho, los balineses deben de tener algo. AquÌ es el ˙nico lugar de Asia donde he visto prostitutos para mujeres, los gigolÛs de toda la vida. Ya habÌa leÌdo algo al respecto, pero las cosas me gusta comprobarlas ìin situî. La verdad es que se organizan bastante bien, no van en tropeles o parejitas como hacen las mujeres. Ellos van por libre y conquistan las damiselas all· donde ellas se dejan. No he visto intercambio pecuniario alguno y no puedo afirmar que lo haya, sin embargo dudo que estos jÛvenes tengan un trabajo de dÌa y luego, bailen, beban y copulen de noche. ConclusiÛn: viven de noche, necesitan dinero para vivir, alguien les da el dinero. Algo tendr·n estos balineses que no sabemos nosotros. No me atrevÌ a preguntar a ninguna de las blancas acompaÒadas de un nativo, por pudor; si bien la oferta era amplia. Se puede decir que forman legiÛn las jÛvenes (no, no eran mujeres maduras en busca de lo que no tuvieron en su juventud) que cada aÒo se trasladan hasta estas latitudes en busca de lo que obviamente, no encuentran en sus lugares de origen.

20 diciembre 2003

En apenas 24 horas estarÈ de nuevo en Bangkok, la gran urbe del caos ordenado. Hace ya dos dÌas que no se ve asomar el sol en Bali por ninguna parte, el cielo es todo una sola nube compacta. Afortunadamente, aquÌ, lluvia no es sinÛnimo de frÌo. El factor clim·tico no influye en exceso en la vida diaria tanto de turistas como de indÌgenas. Aunque llueva, uno puede ir a la piscina a nadar un rato, lo ˙nico es que para secarse conviene ponerse bajo una sombrilla. Para el fornido surfista (rey y descubridor de Kuta Beach) poco importa el agua que cae del cielo, Èl sÛlo sabe de la que tiene bajo sus pies. Los ˙nicos desolados, tal vez, sean esas parejas de novios que vienen en viaje de Ìdem y piensan que van a estar todo el dÌa al sol, ella tomando una tez morena y Èl mirando lo que ya no podr· catar, pobre de Èl.
TodavÌa recuerdo, con cierta gracia, esa excursiÛn ìculturalî. Menuda pesadez, pero debo hacerlas. En primer lugar para ver algo m·s que bares y culos, y en segundo lugar para conocer, aunque sea un poquito, el paÌs que visito. El lunes por la maÒana me sentÈ ene lobby del hotel a esperar a mi guÌa-chÛfer. Para sorpresa mÌa eran dos personas. Menudo despliegue de medios para mi persona, nativos y un mono-volumen para mi solito. La sorpresa tambiÈn fue del guÌa cuando le espetÈ sin contemplaciÛn alguna que yo tambiÈn era guÌa (lo soy pero no ejerzo) y que se olvidara por completo de tiendas porque no pensaba comprar nada, que en Bangkok habÌa las mismas cosas. Tallas de madera. NO. Pinturas. NO. Muebles. MUCHO MENOS. Batiks. YA TENGO. Y un largo etcÈtera de negativas m·s. De un plumazo vieron esfumarse las comisiones del dÌa. Establecimos pues un recorrido alternativo: un poquito de teatro cl·sico, un templo hind˙, otro templo hind˙, los bancales de arrozales, los lagos y volcanes, y de regreso, paisajes diversos. Ciertamente lo que m·s disfrutÈ fue el paseÌto en coche, ver la vida cotidiana de los balineses y ver lo bien que vivimos en occidente. A la vuelta, ya en el hotel, me sentÌa satisfecho por haber hecho algo ì˙tilî, ya era de volver a las andadas. Pido que me traigan algo de comer a la habitaciÛn, sueÒecito que la noche es muy larga y hay que estar despejado. Me levanto poco antes de que empiece la pelÌcula del Bagus. Ducha y ruta habitual. Por no sÈ quÈ motivo la noche se acortÛ un poco, es decir, regresÈ al hotel a las 5 en cambio de las 6. BaÒito en la piscina, bocata, tele y a dormir.
Para el martes tenÌa en la agenda ìvisita al parque acu·ticoî. A pesar de vivir en una isla en la que hay m·s de dos, nunca habÌa ido a ning˙n parque de este tipo. El dÌa estaba nublado, pero poco importaba. Al ser temporada baja y dÌa entre semana, la afluencia no era excesiva, lo que permitÌa la utilizaciÛn inmediata del tobog·n o chorrada que quisieras. Al ser novato en la materia, optÈ en primer lugar por darme un largo paseo observando el comportamiento de los dem·s para no cometer tropelÌa alguna y provocar asÌ la risa de los dem·s baÒistas. Mi primera opciÛn fue el baÒo con rueda hinchable por el riachuelo artificial que, con cierta gracia (chorritos por aquÌ, por all· por acull·, corrientes suaves, cascaditas) recorre grana parte del tropical jardÌn, cuidado todo Èl con celo, casi excesivo, ya que a los pocos segundos de caer una hoja al agua, ya estaba el joven con su redecilla recogiÈndola. Los sueldos que se dan en estos paÌses permiten estos lujos a la hora de contratar mano de obra.
Todo lo que sube baja. Esta es una ley conocida por todos. Y claro, para bajar por un tobog·n, primero hay que subir. Mi inexperiencia en la materia, me hacÌa penar que este tipo de espacios l˙dicos, disponÌan de alg˙n medio mec·nico que permitÌa a los felices y exaltados baÒistas llegar hasta la cima de la torre de toboganes. Pero a medida que me iba acercando al lugar en cuestiÛn, mi vista no alcanzaba a ver cu·l era la alternativa a las obvias escaleras. Una vez llegado a pie de torre, me dio la sensaciÛn de que se me caÌan encima. Las ganas por experimentar algo nuevo, que no supusiera, por una vez, peligro alguno para mi salud fÌsica y/o mental, hicieron que me armara de fuerzas y comenzara un ascenso que no resultÛ ser demasiado penoso. HabÌa unas seis opciones. ComencÈ por la m·s suavita, no recuerdo el nombre, algo de ìraft.....î. Me pareciÛ divertido. Me fui animando y probÈ casi todos los toboganes. Me faltaba uno. El m·s alto. El m·s empinado. El que nunca tenÌa usuarios. ìSi lo han hecho, ser· para que se useî pensÈ. Envalentonado por el Èxito en las anteriores pruebas lleguÈ a la cima. Me esperaba un joven de amplia sonrisa que me transmitÌa telep·ticamente ìno sabes dÛnde te has metidoî. SeguÌ al pie de la letra sus instrucciones. Era el ˙nico tobog·n en que uno se echa a cuerpo limpio, sin colchonetas, no flotadores, ni nada a dÛnde agarrarse. ìCruzas tus brazos sobre tu pecho, aprietas fuertemente y te tirasî fueron sus palabras. VeÌa el suelo muy lejos, pero ya que habÌa subido... Uno, dos y tres. All· voy. El baÒador se convirtiÛ en traje entero y los apÈndices masculinos subieron hasta situarse en la clavÌcula. Al llegar abajo habÌa otro joven, tambiÈn de amplia sonrisa, que seguramente sabÌa lo que yo estaba sufriendo y l mucho que me acordaba de su compaÒero. La verdad, es que aquello estaba muy alto para volver a subir. Faltas no me faltaban de subir y decirle al chaval: ìøA ti te han capado o quÈ? Las manos hay que ponerlas en los huevos, NO en el pechoî En el pecho que se las pongan las mujeres en cualquier caso. Medio repuesto del susto, me dirigÌ a la zona infantil, a la piscina dedicada a los m·s pequeÒos. Curiosamente no era el ˙nico adulto, si bien, creo que los dem·s tenÌan progenie por allÌ pululando, y yo me paseaba cual Michael Jackson por su Neverland querido, sin hacer nada, pero levantando la sospecha y observando la mirada inquisidora de m·s de un progenitor. La ˙nica diferencia entre el seÒor Jackson y yo es que no soporto los niÒos desconocidos y no tengo millones para que se puedan beneficiar de mÌ. Tras haber gozado del cubo gigante de agua que se te cae encima (el agua, no el cubo), los caÒones de agua, los chorritos de agua y dem·s menudencias, y estando ya casi recuperado del ìtobog·n capadorî me fui a una piscina m·s acorde con mi edad. DescubrÌ el poder del chorro, la diversidad del chorro, las m˙ltiples aplicaciones del chorro. Chorros que venÌan por arriba, otros por abajo, unos con presiÛn notable, otros como una simple caricia, unos con burbujas, otros sin burbujas. Chorros que hacÌan reconciliarme con ese parque que albergaba en su interior a un traicionero tobog·n que siempre guardarÈ en la memoria.
Tanto chorro me dio apetito. Tras aplicarme una crema protectora (lo hice bien por lo que me habÌa costado y por pasar el rato), para protegerme de una densa capa de nubes que a duras penas dejaba pasar la luz, me encaminÈ hacia la zona de restauraciÛn. Alimentos para todos los gustos, desde pizzas, hamburguesas, perritos hasta los locales nasi goreng y otras delicias orientales de nombre impronunciable. Me decantÈ por un satay de pollo con salsa de cacahuete y arroz, es decir, unas brochetas de pollo con arroz. Satisfecho mi apetito, fui a pasearme por lugares del parque todavÌa incÛgnitos para mÌ. Me topÈ de sopetÛn con una pancarta de tela que indicaba que un determinado hotel organizaba durante dos dÌas unas jornadas de ìoutingî. Hasta ahora siempre habÌa relacionado el tÈrmino ìoutingî (traducido del inglÈs, vendrÌa a ser ìsacar fueraî) con el mundo gay. Hace ya tiempo una parte de este grupo social decidiÛ de ìmotu propioî dar a conocer los nombres de los famosos que eran homosexuales y no querÌan que se supiera. Bien pues el ìoutingî, que se iba a celebrar en el parque en que me encontraba, me tenÌa intrigado. Me imaginaba la situaciÛn. Todos reunidos en alguna dependencia del recinto y el director del hotel diciendo: ìLos nombres que voy a dar a continuaciÛn son de personas que trabajan con nosotros, son maricones y no quieren decirlo. Ruego un aplausoî. O bien todos reunidos formando cÌrculos en las diversas piscinas y destacando alguno del grupo diciendo: ìHola, me llamo Fulanito Chim Pum, y soy gayî y todos respondiendo a coro ìHola Fulanito, te queremosî.
Tras semejante reflexiÛn di por concluida mi estancia en el ìWaterbomî, un lugar que siempre tendr· un espacio destacado en mi memoria.

El miÈrcoles fue un dÌa relajado. Estuve almorzando con JosÈ A. Morales, un espaÒol que lleva aÒos por Asia dedicado al mundo de la hostelerÌa. Actualmente regenta el Pansea Bali de Jimbaran, cerca de Kuta beach. Estuvimos charlando b·sicamente de cuestiones relacionadas con el tema del turismo y otras trivialidades. Tuve la oportunidad de gozar de la cocina de su establecimiento hotelero. Llevaba dÌas en Indonesia y todavÌa no habÌa degustado el famoso ìNasi Gorengî. Terminada la degustaciÛn, sÛlo puedo decir que era absolutamente delicioso, sin embargo, he de decir que este plato de la cocina indonesia, no es m·s que una variante m·s de la universal paella valenciana. Me explico. Si a Usted le dicen que le van a traer un plato de arroz, con pollo, otras carnes, marisco, verduras y el toque de alguna especia, le vendr· de forma inmediata a la mente una paella. LÛgico. Por eso digo que el ìkhao padî tailandÈs, el ìnasi gorengî indonesio y otros centenares de variantes que deben de existir, no son m·s que una mala copia de la paella valenciana.

16 diciembre 2003

El domingo casi le doy la vuelta al marcador. BatÌ mi record personal en la isla, lleguÈ al hotel cuando los turistas que estaban en la piscina ya habÌan empezado a ponerse como gambas.
ParecÌa que iba a ser una noche como otra m·s. Primero al Bar Bagus a ver un partido de la liga inglesa, con lo que me interesa a mi este deporte, propio de seres violentos con cara de inocente (como me revienta cuando dan una patada a mala hostia y luego miran a todos lados diciendo ìøQuÈ ha pasado, quÈ ha pasado?î, pues que eres un gilipollas violento, eso es lo que ha pasado). Bueno, tras esta divagaciÛn, vayamos a la que ibamos. Estuve en el Bagus, luego me pasÈ por el Paddyís, un par de copas m·s (ya he buscadoa la os camareros m·s r·pidos) y terminÈ en el Bounty. Al no haber mucha clientela, sobre las 5 decidieron cerrar, dej·ndome con la copa, reciÈn pedida, en la mano. La fui apurando a marchas forzadas. BajÈ las escaleras y lleguÈ hasta la calle, lugar donde pululan a esas horas todo tipo de seres, borrachos, pedig¸eÒos, trepas, camellos y una especie muy peculiar por estos paÌses: el moto-taxista. Tiene soluciones para todo, te busca lo que te haga falta, se hace colega (falso, claro) tuyo. Me encontrÈ uno, cercano a la cuarentena, que parecÌa bastante simp·tico, claro que a esas horas seg˙n me pillen, todos son simp·ticos o todos son bordes. En fin que me liÛ para seguir la marcha por otros lugares, la verdad es que no le costÛ mucho. HacÌa dÌas que no cambiaba de bares. Me propuso un par. CÛmo me daba igual, le dije el segundo de los que me propuso. Craso error, pero bueno, asÌ se aprende. Skandal era el lugar. Tardamos apenas unos minutos. PaguÈ la entrada (50.000 rupias) y subÌ unas escaleras dispuesto a tomarme la pen˙ltima. En cuanto lleguÈ a la sala, mi memoria me transportÛ en el tiempo a una ìdiscotecaî que hace aÒos tuvimos ocasiÛn de visitar mi amigo Mateo y yo en Lampang (un pueblo al norte de Tailandia). Lo ˙nico que nos indicaba que el local no estaba cerrado, era que habÌa m˙sica. Si estirabas la mano, no te podÌas ver las uÒas. El Skandal estaba lleno de asi·ticos y alg˙n blanco. AcabÈ la copa en cuatro sorbos, y eso que a esa hora ya costaba tragar un poco. BajÈ con media cara de indignaciÛn, aunque en el fondo el moto-taxista no tenÌa la culpa. Le indiquÈ que querÌa ir al otro local, a pesar de que el sol empezaba ya a despuntar. Ya habÌa oÌdo hablar del ìDouble sixî. Llegamos y en ese momento un BMW de gran cilindrada me dio un golpe en la mano con el retrovisor. Se empezÛ a montar el pollo entre mi moto-taxista y la acompaÒante del conductor (un blanco que por lo tranquilo que estaba, me da la impresiÛn de que no tenÌa todos los papeles en regla). Me hice la vÌctima cuando en realidad fue casi mi mano la que fue a buscar el retrovisor. Pero, a lo que iba, ya no habÌa ni portero, pero seguÌa habiendo gente bailando en el interior. Un interior relativo, el Double Six es una discoteca exterior construida sobre la playa. Mientras bailas o te tomas unas copas puedes ver, la luna, las estrellas y en mi caso el sol amaneciendo. Me encontrÈ a otros ìexpulsadosî del Bounty, que inevitablemente habÌan ido a parar allÌ. Se me propuso seguir la marcha en otros bares que abren justo a esas horas. Pero no. Mi cuerpo y, m·s que nada mi conciencia, me dijeron que ya era hora de regresar a la mullida cama del hotel.
El dÌa siguiente era de obligado reposo y tenÌa que acostarme pronto ( no sÈ cÛmo si me iba a levantar tarde). El martes habÌa contratado una excursiÛn cultural por la isla. Me sentÌa moralmente obligado a dar un barniz cultural a tanta botella de Johnny Walker.
øQuiÈn iba a creer que habÌa estado en Bali, si sÛlo conocÌa los bares en un radio de 100 metros de mi hotel?

13 diciembre 2003

°Joder! Llevo tres dÌas prometiÈndome a mÌ mismo que me levantarÈ para ir a la playa. Estoy en una isla paradisÌaca y la ˙nica arena que he visto ha sido la que se percibÌa desde la ventanilla del aviÛn al aterrizar en Denpasar. La verdad sea dicha, hoy he mejorado, he puesto el despertador a las 13,30 y he logrado ponerme en pie a las 16,00. Por lo menos he tomado el sol en la piscina.del hotel, y digo tomando el sol porque ˙ltimamente, cuando vuelvo del Bounty Ship, sobre las 5,30, me da por darme un largo baÒo en la piscina (la tengo a 10 metros de la habitaciÛn), y para echarle morbo al asunto, lo hago desnudo, que en EspaÒa serÌa una gracieta, pero aquÌ es una ofensa y un delito seriamente penado, no en vano son musulmanes (tambiÈn hay hind˙es en la isla). La cuestiÛn es que no me ve nadie, y si me ve se calla y mira. Me voy a mi habitaciÛn y duermo de lo lindo, no sÈ si por el cansancio, las benzos, o los tropecientos cincuenta y medio whiskies que me tomo, el resultado es que no hay forma de levantarse, me cuesta Dios y ayuda, y para colmo despuÈs de estar ìactivoî poco m·s de cuatro horas, me echo una siesta para estar descansado. °Lo mÌo no tiene perdÛn de Dios!

Hablemos de Bali. La gente es extremadamente amable, tan amable, que hace sospechar. Cierto es que en octubre del pasado aÒo sufrieron un terrible acto terrorista que dejo la isla sin ning˙n turista (tal vez alg˙n despistado o inconsciente como yo) durante una larga temporada. Tras el ataque, tal vez la consigna fue: ìlos turistas tienen que volver como sea y debemos tratarles como suma amabilidadî. Como siempre he defendido, el hombre es malo por naturaleza, y estas muestras de amabilidad exacerbadas me parecen falsas. Me puedo equivocar. M·s sinceros me parecen los camareros del Paddyís y del Bounty Ship, no sonrÌen, te toman la comanda, te sirven, te cobran, y adiÛs, eso sÌ, si por casualidad dejas caer un billete en sus manos a modo de propina, su sonrisa aparece en su rostro cual flor abriendo sus pÈtalos al amanecer. °Interesados de m.....! Otro elemento muy caracterÌstico de dichos camareros es la PARSIMONIA, sÌ tengo que escribirlo en may˙sculas, porque su parsimonia es may˙scula. Pueden morir de cualquier cosa, pero de estrÈs seguro que no. Afortunadamente forman legiÛn, lo que suple, en cierto modo, la lentitud de servicio. Ayer tuve una idea ìmalavadaî, de las que se tienen cuando el alcohol le habla de t˙ a t˙ a la sangre. EsperÈ con paciencia a que el seÒor fuera poniÈndome la copa, ingrediente por ingrediente, calculÈ ìgrosso modoî el tiempo que tardaba. Tras servirme la ansiada copa, me mostrÛ la factura con el total. S˙bitamente se cambiaron los papeles. MirÈ la factura, hice que me la acercara alegando miopÌa y sordera. SonreÌ, le dije: ìoh, yes, yes, I see, wait a momentî. Con tranquilidad saquÈ un manojo de billetes, aquÌ todo son billetes, de todos los colores y con ceros, muchos ceros. Al extranjero le cuesta hacer la equivalencia, pero para nosotros es f·cil: 1 Euro=10.000 Rupias. Es decir una copa suele costar entre 20.000 y 35.000 Rupias. Se puede pagar con un billete de 50 o 100 mil y punto. Pero no, el momento requerÌa que yo me pusiera a contar, tenÌa que esperar el mismo tiempo que habÌa esperado yo mientras lo observaba cÛmo servÌa una copa a c·mara lenta. Finalmente reunÌ las 25 mil rupias, pero no se las di apresuradamente, no. Se las fui acercando poco a poco a su mano, que ya m·s parecÌa la de un pedig¸eÒo por el tiempo que llevaba extendida. Todo lo hice con una amplia sonrisa de oreja a oreja, para que no sospechara en ning˙n momento que mis actos eran fruto de la maldad, era preferible que pensara que todo era fruto del alcohol y el calor tropical reinante. Ahora, cuando le doy el tercer sorbo a una copa, ya voy pidiendo la segunda.

12 diciembre 2003

Llevo m·s de 48 horas pase·ndome por esta preciosa isla, bueno... m·s que paseando, voy del hotel al bar que hay enfrente, dÛnde ponen pelÌculas de estreno en una mega-pantalla, luego cruzo la calle para ir al Paddyís Reloaded (reloaded porque es la reconstrucciÛn, en lugar diferente, del Sari Club, que salto por los aires hace poco m·s de un aÒo), y acabo la noche saliendo del Paddyís para meterme en el New Bounty Ship, que est· pared con pared.
Quiero ir desmenuzando detalle a detalle todo lo que es este viaje, por lo que prefiero dejar para otra ocasiÛn la descripciÛn detallada de todo lo que me sucede.

Son casi las 20 h. (hora local) y no he siquiera desayunado. Me toca comer algo, para que el whisky no me siente como una pedrada en la cabeza. Y a ver si maÒana me pongo manos a la obra y os cuento lo que pasa por aquÌ, la vida nocturna (de momento).

09 diciembre 2003

Hoy paz y tarnquilidad para cuerpo y alma. Dentro de unas horas tomo el aviÛn hacia Bali.
He stado en el cine. He visto una pelÌcula thai: "Beautiful boxer", la historia real de un famoso boxeador de "muay thai" que se covierte en transexual. Ha estado bien, la recomiendo aunque dudo que alg˙n dÌa tengais ocasiÛn de verla.
A partir de maÒana, noticias desde Bali.
Ayer, tras levantarme y despejarme un poco, ya anochecÌa y era hora, salÌ a la calle con rumbo a Panthip (la Isla Tortuga de la inform·tica, Bill Gates resuelve sus problemas allÌ), me abordÛ una farang (occidental) con su hija pequeÒa habl·ndome atropelladamente un inglÈs con claro acento francÈs. Haciendo alarde de polÌglota le dije que se calmara y que empezara en francÈs. Su historia se situaba en Pattaya, zona predilecta de teutones y dem·s razas b·rbaras. Su marido, ella y su hija habÌan sido asaltados por unos extranjeros, el hombre, al tratar de defenderse habÌa empujado a uno de los asaltantes con tan mala suerte que Èste se habÌa golpeado en la nuca con el bordillo y ahora estaba en el hospital en coma. Consecuencia: las vÌctimas se habÌan convertido en culpables. Su marido estaba en la c·rcel tras un juicio r·pido, a mi juicio, tan r·pido que se la sentencia existÌa antes del delito. La cuestiÛn estaba en que estaba intentando reunir los 20.000 Bahts (500 eur) para sacar a su marido de la c·rcel, adem·s podÌa ser condenado a 3 aÒos de c·rcel.
Uno, que se patea las calles all· dÛnde va, no se fÌa ni de su sombra. EmpecÈ a hacerle preguntas que en cierto modo la incomodaban:
-øLa embajada francesa quÈ dice al respecto? Nada, nos han dado un abogado de oficio que no ha hecho nada.
La cosa no me cuadraba mucho. Las embajadas siempre disponen de fondos (pocos) para prestar a sus ciudadanos en caso de apuro.
-ø No tiene tarjetas de crÈdito? He llegado al lÌmite y no dan m·s dinero.
Vaya juergas se habÌan corrido antes de que los asaltaran para dejar varias tarjetas sin fondos.

Tampoco me cuadraba el hecho de que sin conocer Tailandia, y por ende Bangkok, se habÌa situado frente al Hotel Sheraton Grande y otro de gran lujo tambiÈn, un lugar de flujo constante de turistas, y no mochileros precisamente.

Me contÛ algo que me dejÛ m·s descolocado si cabe. Un extranjero se habÌa ofrecido a ayudarlas. Se las llevo al hotel y pidiÛ tener relaciones sexuales a cambio del dinero, pero las relaciones las querÌa con la niÒa, que no creo que llegara a tener ni siete aÒos (°a esa hora yo dormÌa!). AllÌ creo que se dio cuenta de que se habÌa pasado un poco con su historia.
ìYa sÈ que Usted no me lo puede dar todo, pero cualquier ayuda es ˙tilî Esta frase me dio pie a decirle que yo no era un turista y que la soluciÛn no era pedir dinero en la calle. HabÌa que buscar otros caminos. Al no ser yo turista, me dio la impresiÛn de que su interÈs por mÌ disminuÌa. En ese momento llegÛ la hija, que iba y venÌa ajena al ìproblemaî, y le dijo algo al oÌdo a la madre. Parece ser que habÌa un seÒor por ahÌ que anteriormente se habÌa ofrecido a ayudarla y que se estaba acercando. Mi cita con la inform·tica se estaba retrasando y esta conversaciÛn se dilataba demasiado.
Antes de irme le dije si iba a estar mucho tiempo en ese lugar. Me respondiÛ afirmativamente: ìHasta que haga falta, no me queda otro remedioî. Ante una respuesta tan taxativa, le dije que no se moviera de allÌ, que yo encontrarÌa una soluciÛn. Me apartÈ unos cuantos metros e hice ver que llamaba por telÈfono y hablaba con alguien poniendo cara de pocos amigos, no sÈ si llegÛ a percatarse de ello, la cuestiÛn es que, tras saciar mi hambre inform·tica, pasadas un par de horas, no habÌa rastro ni de la niÒa ni de la mujer.
øHabÌa conseguido los 20000 Bahts?
øEra una timadora profesional?

En cualquier caso, mi exceso de desconfianza, mi odio natural al ser humano y mi absoluta falta de solidaridad, hicieron que sospechara de que se trataba de un timo.
Tal vez lo averig¸e cuando me encuentre a alguien de la embajada francesa por cualquier antro de mala muerte que frecuentamos, o el dÌa que vuelva a ver a esa mujer pidiendo por la calle. Bangkok es muy grande, pero los blancos nos movemos muy poco y vivimos, a efectos pr·cticos, en un pueblecillo.
El alcohol y las benzos empiezan a hacer mella en mi cuerpo. Largos periÛdos de sueÒo sin un descanso real. Falta de apetito. Actividad mental acelerada. Temblores ocasionales. No pasa nada, est· todo dentro de lo previsto. Un par de dÌas de desintoxicaciÛn y todo vuelve a la normalidad. El miÈrcoles me voy a Bali y tengo que estar en plena forma para poder machacar bien el hÌgado allÌ. Parece ser qeu hay mucho ambiente y menos putas, la coas promete. M·s noticias, en esta p·gina.

08 diciembre 2003

Hoy me ha tocado ser guÌa. Mi profesora de tailandÈs tenÌa un par de amigos invitados y querÌa enseÒarles ìel lado oscuroî del paÌs, el que todos los tailandeses niegan a sabiendas de existe y goza de buena vida. Lo curioso del asunto es que no querÌa un bar de putas normal, querÌa uno en el que hubiera ìshowî, es decir, que las tÌas bailaran con el menor de ropa posible. Dicho y hecho. He quedado con ellos en la salida del metro (tren aÈreo) y los he llevado a Soi Cowboy a un par de lugares que yo sabÌa que encontrarÌan lo que buscaban. La pareja de amigos, encantados; mi profesora y sus dos amigas un tanto cortadas. Les he dicho que esto tambiÈn era Tailandia y que las que bailaban en pelota viva eran compatriotas suyas. Las putas en Tailandia son un Expediente X, saben que existe, pero niegan su existencia.

Se han retirado pronto, ya les bastaba. La noche empezaba para mÌ. Me he metido en el Midnite, dÛnde la ropa interior se usa para salir a la calle. Un par de copas y a seguir.
Siguiendo Sukhumvit he llegado al Thermae, un bar que no es de putas pero lugar de encuentro para corazones solitarios. En otras palabras, las tÌas son putas, los tÌos buscan putas, pero los del bar no saben nada de putas. He saludado a las/os conocidos/as y he pedido una copa. Le he dado entonces permiso a mi mano para que saliera de paseo a saludar a sus amigas m·s cercanas, un par de empujones, alguna mala cara seguida de una sonrisa... ese es el tributo. Llegan las dos. Hay que cambiar de lugar. Me voy a mi bareto/chiringuito callejero. Me instalo en una cÛmoda silla (cosa rara) y pido una copa. El desfile es constante y los saludos se suceden uno tras otro. Pasado un rato se me instalan al lado un ìfarangî (nombre genÈrico dado a los occidentales) y dos chicas thai. Entablamos conversaciÛn, entre frase y frase me hacen engullir saltamontes fritos, acepto por no hacer un feo, pero prefiero los Cheetos. Charlamos de lo de siempre, ya me agota contar de dÛnde soy, quÈ hago, por quÈ hablo thai, etc etc. Hay una que busca que nuestra conversaciÛn vaya m·s all· del bareto. Minivel de alcohol y benzos en sangre es demasiado alto, serÌa tirar el dinero. Prefiero dejarlo para otra ocasiÛn. Reflexiono: es grave preferir un whisky a una tÌa, ser· cosa de la edad, de la demencia, o del alcohol, no lo sÈ.
MaÒana ser· otro dÌa y nos volveremos a ver los mismos, uno m·s uno menos.

06 diciembre 2003

Hoy es viernes dÌa 5 de diciembre, cumpleaÒos aÒos del Rey de Tailandia. Generalmente se celebran los aniversarios con alegrÌa y jolgorio, lo que lleva implÌcito diversiÛn y despiporre. Pero aquÌ no. AquÌ no se vende alcohol ni en los supermercados y por ende, todos los locales de esparcimiento nocturno cierran a cal y canto, el ˙nico que lo agradece es mi hÌgado. Esta ìsanaî costumbre se extiende a cuatro dÌas m·s al aÒo, el cumpleaÒos de la Reina y dos fiestas budistas, eso si no hay elecciones, que si no el ìdÌa de reflexiÛnî tambiÈn es dÌa de ley seca, no vaya a ser que en plena borrachera decidan cambiar el voto, lo curioso es que la prohibiciÛn se extiende a los extranjeros que no tenemos ni voz ni voto.
Aprovecho tan significante dÌa para hacer un repaso de mis primeros dÌas por estas tierras. Tal como decÌa el otro dÌa, el domingo lo dediquÈ a hacer una visita harto completa al Nanas. La estricta aplicaciÛn de la ley que ha impuesto el nuevo gobierno ultranacionalista, ha hecho que las hermosas doncellas thais que trabajan en los gogos luzcan un generoso bikini muy al contrario de lo que sucedÌa antes. AntaÒo, las que asÌ lo querÌan, podÌan lucir sus cuerpos libres de ataduras, el ˙nico complemento que lucÌan eran unos estilizados zapatos o unas botas dignas de un mosquetero.
ComencÈ mi ronda de go-gos por el Rainbow I. Un lugar m·s bien pequeÒo y de mucho Èxito. El ˙nico cambio que encuentro es que han aumentado los precios, las chicas, si no son las mismas, se parecen a las de otros aÒos. Bueno, supongo que no son las mismas porque ellas no han envejecido y yo sÌ. A los pocos segundos de entrar, veo una mano que me saluda en medio de la oscuridad que caracteriza el local. Es Noi, una camarera amiga mÌa que siempre me recuerda con cariÒo, sobre todo desde el dÌa que accediÛ a acompaÒarme a casa y ante su negativa a cualquier contacto carnal, la hice dormir en el suelo, sobre una mullida moqueta junto a mi cama. Por lo visto, incluso el suelo de mi cuarto era m·s cÛmodo que su cama, si no, no lo entiendo. Nos contamos lo que nos ha pasado en los ˙ltimos meses y me despido en busca de caras nuevas.
Justo en frente est· el antiguo ìBottoms upî (algunos locales cambian de nombre cas cada aÒo), el ˙nico local en el que no habÌa llegado la censura... hasta este aÒo. SÛlo les falta llevar bufanda. Ya que estoy, me tomo un par de whiskies mientras charlo con una amable muÒequita (lo digo por el tamaÒo) que ve con cierto recelo mi irrefrenable ansia por hacerle un reconocimiento ginecolÛgico completo. Insiste en que me la lleve, previo pago obviamente. Me resisto. Es pronto. Le digo que otro dÌa, que hoy he trabajado y estoy muy cansado. Salgo, subo al primer piso y me meto en el ìG-Spotî. Un bar de los grandes en todos los sentidos. Ahora ha decaÌdo mucho. Ya no pueden hacer el ìshower showî por el que habÌa adquirido cierta fama. Tras una vitrina, cinco o seis chiquitas se daban una ducha haciendo todo tipo de jueguecitos con lo que tenÌan a mano. Ahora, ya es historia. La policÌa se ha cebado especialmente con los locales pertenecientes a extranjeros, lo que incluye gran parte de los bares del Nanas.

Abandono el Nanas y tomo un taxi hasta Soi Cowboy, una calle de casi cien metros flanqueada de bares y baretos donde la carne se vende al peso. Pertenece a otro distrito y allÌ la policÌa es m·s laxa a la hora de aplicar la ley. Espero encontrar algo mejor que en el Nanas. Echo un vistazo en el ìLong Gunî, est· hasta la bandera, me tomo una copa y me voy, las bailarinas est·n muy tapadas, esto pinta mal. No desespero. Me dejo guiar por mi instinto putero, no conozco demasiado la zona a pesar de haber estado en numerosas ocasiones. Veo un gran cartel: ìSuzie Wongî. Vamos a ver como hacen los rollitos de primavera. Entro y siento una fuerte bocanada de aire fresco. No es el aire acondicionado, son las niÒas que bailan alegremente cÛmo Dios las trajo al mundo. Me siento satisfecho y me siento en un sof·. Pido mi whisky-sprite y me dispongo a gozar del espect·culo. Charlo y bromeo con las camareras, no es cuestiÛn de quedarse con la mirada fija, cual c·mara de vigilancia, sobre las bailarinas. La alegrÌa no dura m·s de 20 minutos. Suena la alarma luminosa. °A vestirse toca! Alg˙n sospechoso de ser policÌa a entrado en la calle. Pago y me voy. Tengo que seguir con la buena racha de mi instinto. Justo delante hay un local con un largo nombre en tailandÈs. No me detengo a leer el nombre, leo thai a la velocidad de un niÒo de cuatro aÒos. Me acogen con el sempiterno ìwelcome insideî. La cosa sigue bien, la escasa ropa que suelen llevar brilla por su ausencia. Se repite el mismo ritual. Hora de seguir con la investigaciÛn. Mis amigos residentes siempre esperan mi llegada para que yo les informe de cÛmo est· el mercado, saben que el que tiene el M·ster en puterÌo asi·tico soy yo.
A pocos metros del bar de nombre indescifrable est· el ìMidniteî. Lo recuerdo con especial cariÒo porque allÌ trabajaba una chica con la que tuve contacto carnal durante un tiempo, un par de semanas tal vez. Fue con esta chica cuando experimentÈ lo que sienten los amantes de la necrofilia. Se podÌa hacer de todo, pero ni un solo movimiento, ni un solo sonido, ninguna queja por su parte. Obviamente su profesiÛn no era y pasados unos meses desapareciÛ.
TerminÈ mi visita a Soi Cowboy en el ìTilacî, el bar m·s grande y lujoso, no por ello m·s caro, de la zona. No quedaba ya mucha gente, estaban todas en bikini, pero ya daba por concluida la investigaciÛn. Ya bajo los efectos del alcohol, divisÈ en la lejanÌa, al otro lado de la barra, una masa oronda. Era Fernando, un amigo mÌo, uno de los propietarios del Rioja, el ˙nico restaurante espaÒol de Tailandia. Estaba rodeado de chiquitas, que ha su lado se hacÌan m·s pequeÒas. Estuvimos charlando un rato y ya nos encendieron las luces, seÒal de que hay que abandonar el local. Quedamos para cenar un dÌa, cuando las ganas de alimento patrio se hagan m·s notables. Salgo de la calle y me asaltan media docena de taxistas que me confunden con un turista al que pueden timar. Les suelto no sÈ quÈ en tailandÈs y me dejan tranquilo.
Camino por Sukhumvit (una de las arterias de Bangkok) para ver quÈ se cuece por allÌ. El n˙mero de ìkathoeisî (travestis) es cada vez m·s notable. Algunos turistas no los distinguen y se llevan la sorpresa al llegar al hotel.
Desde la imposiciÛn de la ley seca a partir de las dos, es pr·cticamente imposible encontrar un lugar en condiciones donde tomar una copa. La opciÛn es tomar una copa en alguno de los chiringuitos que se han montado por la calle entre los ìsoisî (calles) 5 y 15. No est·n mal, no se caracterizan por su comodidad, pero si no hace demasiado calor, resulta agradable estar allÌ sentado y ver pasar los restos de saldo que se ofrecen a esas horas. Conozco una chica, que curiosamente habla bien inglÈs, no quiere hablar thai porque prefiere practicar su inglÈs, luego propone que pasemos a otros idiomas, pero no llevo ni 24 horas en el Reino de Siam y me niego tajantemente. Me enseÒa dÛnde trabaja de dÌa, una tienda de telefonÌa. Le digo que hasta maÒana, me responde que ella no trabaja de eso y que no siempre est· disponible, como si me fuera a importar la cosa. Tomamos un taxi juntos y la dejo unos metros antes de entrar en mi bocacalle. Vuelve a insistir y me vuelvo a negar ante su asombro. Tengo que dormir, sÈ que el amanecer va a ser duro y tengo que tener el botiquÌn preparado. MaÒana le toca el turno a Patpong, una zona m·s conocida por los turistas, sin embargo, no menos interesante.


03 diciembre 2003

HabÌa llegado el dÌa. Era s·bado por la maÒana. Lo tenÌa ya todo en orden, sÛlo me faltaba cerrar las maletas y tomar el camino hacia el aeropuerto. FacturaciÛn, embarque, y ya estaba en el aire, todo en un pis pas. Al aterrizar en Madrid la jefa de cabina nos comunica que hemos llegado con 20 minutos adelanto. øAdelanto sobre quÈ? øSobre la hora fijada por la compaÒÌa? °Pues vaya gracia! Si saben que el vuelo dura 50 minutos y en el billete nos dicen que va a ser de 70, pues es lÛgico que lleguemos antes. øA quiÈn quieren engaÒar?
Pasadas un par de horas embarcamos con destino a Bangkok. Tenemos una escala tÈcnica en Roma. Nos bajan del aviÛn y volvemos a pasar por un arco detector, no salgo de mi asombro. Si ya hemos pasado un control en Madrid y no salimos del ·rea de ìseguridadî, øpara quÈ pasar por el mismo tr·mite haciendo cola casi media hora? Ante tal gilipollez no me resisto a preguntarle a una empleada del aeropuerto romano por el motivo de tamaÒa gilipollez. La respuesta es la que esperaba: ìnosotros tambiÈn pasamos muchos controlesî. °SeÒora, Usted viene de la calle y yo vengo del aviÛn! Ante la obviedad de mi argumento, opta por callar y asentir.
Embarcamos. Rezo para que nadie se siente a mi lado, pero mis rezos no le parecen sinceros al que corresponda. Se me sienta al lado un inmigrante filipino. ConfÌo en que no sea un brasa. Afortunadamente no dice ni pÌo en todo el trayecto, adem·s es pequeÒo y no resulta molesto. Nos dan algo de comer. Me tomo el cocktail quÌmico para quedar roque. En apenas media hora ya estoy volando, fÌsica y mentalmente. Me despierto cuando faltan unas tres horas para llegar a destino, el tiempo de ver ìHulkî y desayunar.
Una vez detenido el aviÛn recojo mis b·rtulos y salgo del aviÛn cÛmo un poseso, la gente no sabe muy bien a quÈ vienen mis prisas. Todos vienen de vacaciones y no tienen prisa, pero las colas que se forman en inmigraciÛn son exasperantes. Tengo suerte, llego el primero y una amable y hermosa oficial de inmigraciÛn comprueba en su ordenador lo buena persona que soy. Voy al ìduty freeî a comprar tabaco para un par de semanas, curiosamente, en Tailandia, se puede ir a este tipo de tiendas a la llegada. Compro dos cartones. El Marlboro sale a 1 Euro el paquete, una autÈntica ganga.
Subo a salidas para tomar un taxi, de esta forma me evito pagar los 50 Bahts que te cobran por tomar un taxi en llegadas.
Es domingo, no hay tr·fico, en 20 minutos estoy en el apartamento que habÌa reservado hacÌa dos meses. Como es lÛgico (en Tailandia), nadie sabe nada de mÌ. Me conocen de aÒos pasados pero no tenÌan ni idea de que llegaba. No me sorprendo, digo que llamen al jefe, que est· durmiendo. A los pocos minutos, baja con la llave de mi apartamento. Se alegra de verme, le recuerdo la conversaciÛn que tuvimos hace dos meses. Me da el sÌ de los locos. Estoy cansado, no sÈ si del viaje o de los componentes quÌmicos que llevo dentro. Son las 8 de la maÒana, hora local. Una ducha, una benzo, y a la cama.

Me levanto sobre las 6 de al tarde, me cuesta, pero tengo que hacerlo. Una ducha, una benzo y a la calle. Me voy a un japonÈs a comer algo para que el whisky tenga un lecho donde reposar, el japonÈs me cuesta unos 80 Bahts, menos de 2 Euros.

Oigo la llamada de la carne. Decido hacer mi primera inspecciÛn de cÛmo anda el puterÌo en una zona cercana a mi casa. De lejos ya oigo la misma m˙sica que suena hace 15 aÒos, a los thais les cuesta cambiar cuando les gusta algo. Entro en el Nanas, la mayor concentraciÛn de baretos por metro cuadrado que hay en Bangkok. Me siento en el primer chiringuito al aire libre, al instante me reconoce la encargada (soy difÌcil de olvidar), pido mi primer ìblack-spriteî (Johnny Walker etiqueta negra con Sprite).
Cominenza la inspecciÛn visual. Pero eso ya es otro capÌtulo.
Mi estado de embriaguez permanente y ciertos problemas de conexiÛn me impiden informar diariamente de lo que me sucede por estos lares. Eso sÌ, las guarrillas sigue en su sitio y estoy hacindo mi informe personal sobre la situaciÛn actual.
En breve, habr· noticias m·s concretas sobre lo que acaece por esta tierra de Dios.