02 enero 2004

Nochevieja, uno de esos momentos del aÒo que deberÌan ser eliminados por decreto ley con car·cter de urgencia. Odio estar contento y feliz por obligaciÛn, es un conrasentido.

Ayer salÌ con mi amigo Leo a ver esa masa de gente que est· feliz porque sÌ, sin m·s. Fuimos en primer lugar a la plaza del World Trade Center (ahora ha cambiado de nombre, no por respeto a las vÌctimas del 11-9, sino por razones comerciales) que ese dÌa llaman ìel lugar del countdownî que pronunciado por un tailandÈs parece m·s bien ìel lugar del condÛnî. En fin, dimos una vuelta por allÌ viendo la masa bangkokiana deleit·ndose frente a los escenarios por los que desfilaban numerosas estrellas de la televisiÛn y la canciÛn, artistas que no conocemos y ni nos van ni nos vienen, deducimos su popularidad seg˙n la intensidad de los gritos del populacho. Saludameos a un par de amigas y optamos por la retirada. A pocos metros del concurrido lugar, se encuentra el Rioja, ˙nico restaurante espaÒol de Tailandia. Decidimos pasar a saludar a uno de los propietarios, hace tiempo que le debemos una visita. No tardamos en llegar. Entramos y preguntamos por Èl. Enseguida aparece Francisco, un joven espaÒol que lleva unos aÒos en este paÌs y que ejerce de encargado del restaurante desde hace un tiempo. Nos invita a pasar a la sala donde se encuentran el Embajador de EspaÒa, el cÛnsul y dem·s personal diplom·tico, amÈn de otros residentes espaÒoles. Dado nuestro aspecto, especialmente el mÌo (pantalÛn militar negro, pelo rubio casi blanco, pendiente, camiseta con un bonito anagrama de una 9mm parabellum y la leyenda ìSuicide Glamî) creemos m·s conveniente posponer nuestra presentaciÛn ante la legaciÛn diplom·tica patria. Adem·s, pregunto si el Embajador a traÌdo los Ferrero Rocher, y me dicen que no. Debe de ser un impostor, seg˙n Isabel Preysler, en las fiestas del embajador siempre hay Ferrero Rocher. DenunciarÈ el caso en el Ministerio de Exteriores cuando regrese a EspaÒa.
Damos las gracias a Francisco y le anunciamos una visita para un dÌa m·s tranquilo.
Leo habÌa comprado uvas (tradiciÛn obliga) y bolsita en mano nos dirigimos al Nanas. Las uvas tenÌan una pequeÒa pega, y es que eran del tamaÒo de una ciruela cada una. TardÈ unos minutos en terminarlas, pero querÌa hacerlo para darle buen asiento al whisky que iba a llegar.
Con el ìSkytrainî(metro elevado) tardamos apenas cinco minutos en llegar a nuestro segundo hogar (objetivo de Al-qaeda, seg˙n he leÌdo hoy en la prensa). Globos, petardos, petardas, barbacoas, putas, travestis, maricones, mendigos, guirlandas y un ir y venir constante de gente, ya estamos en nuestro h·bitat natural. Subimos al tercer piso. Vamos a empezar la ronda por el Hollywood. Nos sorprende que haya pocas chicas bailando. Preguntamos y nos dicen que han venido muchos ìfarangsî (occidentales) y se las han llevado, a pesar de que en fechas seÒaladas, el precio a pagar por sacar una chica del bar se multiplica por dos. Las relativamente pocas que quedan, una veintena, nos bastan para echar unas risas, especialmente con una que lleva un tanga tan apretado que se mete por donde no deberÌa y deja de cumplir su funciÛn que es la de tapar lo que nuestras perversas mentes deben imaginar. Intenta recolocar todo en su sitio, pero por mor del baile, todo vuelve a descolocarse para regocijo nuestro. Saludamos a la ìmamasanî (encargada de las chicas), conocida mÌa desde tiempos inmemoriales, y decidimos bajar hasta la planta baja e instalarnos en el bar que se encuentra justo en el medio del complejo l˙dico. Pedimos un par de copas y esperamos a que llegue la medianoche. Escogemos un lugar al abrigo de los petardos y cohetes que los m·s inconscientes lanzan desde los pisos superiores. En cada uno de los chiringuitos de los alrededores hay, por lo menos, un par de monitores de televisiÛn. Para sorpresa nuestra, en uno de los televisores vemos que ya est· celebrando el aÒo nuevo, en cambio, en el nuestro faltan un par de minutos. Ante la duda y la confusiÛn reinante (a los thais les da igual todo y llevan un cuarto de hora de celebraciÛn) optamos por guiarnos por el televisor del chiringuito en el que estamos. Llega el momento y, como era de esperar, casi no quedan petardos y los globos que debÌan ser reventados en el momento preciso, hace rato que yacen en el suelo como un condÛn usado. Leo y yo vamos nuestro rollo y comenzamos a comer las uvas-ciruela. Han pasado cinco minutos y yo sigo masticando, Leo est· ya en la fase ìa ver cÛmo me saco este rozo de uva de entre los dientesî, fase que se prolonga hasta pasadas unas horas.
Ya ha pasado el peor momento de la Nochevieja, pero la alegrÌa no dura mucho aquÌ. Nos falta el aÒo nuevo chino (m·s celebrado si cabe) el 22 de enero y el aÒo nuevo thai (el summum para los locales) el 12 de abril. Este ˙ltimo me lo pierdo a Dios gracias.

Para volver a la normalidad (estoy harto de los falsos ìhappy new yearî o ìsawaddi pii mai en versiÛn local) nos vamos la Pretty Lady. Muy ìprettyî no son la verdad, pero son m·s generosas a la hora de mostrar sus carnes. Hay una especialmente empeÒada en mostrarnos desde la plataforma de baile a los clientes allÌ presentes, lo bien rasurado que ha quedado su pubis. Nos alegramos por ella y le damos la enhorabuena por no haberse cortado al acometer semejante proeza.
Sobre la una, Leo, m·s sano y juicioso que yo para estas cosas, se retira. Para mÌ, la noche est· empezando, hay que aprovechar que hoy, gracias a la magnanimidad de los todopoderosos del paÌs, los locales pueden tener abierto hasta las cuatro. Me quedo en el Pretty Lady para observar cÛmo las chicas hacen sus jueguecitos pseudo-lÈsbicos, cÛmo intentan engatusar a los incautos turistas o simplemente miro alguno de los monitores de los que dispone el local. Emiten dibujos animados pornogr·ficos alemanes. Todos son obras de la literatura cl·sica; Don Quijote se divierte de lo lindo con Dulcinea, la Bella Durmiente no se despierta con un simple beso y Blancanieves se organiza buenas fiestas con los enanitos. Cansado de ver lo que Cervantes y los hermanos Grimm imaginaron y no escribieron, pago y me voy.
Sigo mi ruta habitual y decido pasarme por el Thermae, el bar de las ìfree-lanceî. Siempre tomo un ìtuk-tukî a pesar de que no est· muy lejos. Cada noche le pago 20 bahts por el trayecto, esta noche me pide 60, le doy recuerdos para su madre, en espaÒol obviamente, quiero empezar bien el aÒo. Me quito la pereza de encima y de paso quemo algo de alcohol. En cinco minutos estoy allÌ. En la puerta me encuentro a un conocida puta (que no una puta conocida). Le pregunto si hay mucha gente, eufemismo para preguntar si hay muchas colegas de profesiÛn. Me responde afirmativamente, cosa que me alegra. Como soy un habitual, abro la puerta, extiendo la mano y ya tengo mi copa. Voy saludando a los conocidos, m·s bien a las conocidas, y me encuentro a una pequeÒa puta (pero grande en su profesiÛn), a una de esas que los periodistas y dem·s informadores mal informados calificarÌan de ìpobre menor obligada a prostituirseî cuando en realidad tiene 24 aÒos y no es pobre. Sorprendentemente no me recibe d·ndome una hostia, amistosa pero hostia al fin y al cabo. Est· con unos amigos farangs (lÈase clientes), tranquilamente sentada en un taburete. Me dice que con el aÒo nuevo va a cambiar, me dÈ un beso en la mejilla y me dice que le dÈ uno. Se lo doy y le digo que no me lo creo ni borracho, que lo estoy. Me asegura que sÌ. No profundizo en el tema, no parece ni borracha ni drogada. Supongo que el cambio se limitar· a un cambio de tarifas por sus servicios.
La creciente proporciÛn de hombres sobre mujeres me obliga a abandonar el lugar. Un pis y a la puta calle, nunca mejor dicho. El trayecto hasta el prÛximo bar est· sembrado de travestis con voz de camionero. Con un ìquita de ahÌî pronunciado con voz grave me voy abriendo camino. Lo que diferencia a los travestis y a las putas, adem·s de lo obvio, es que los travestis se te acercan e incluso se atreven a tocarte, cosa que las putas no hacen.
Me apalanco en un bareto que suelo frecuentar a horas prohibidas por la ley (sobre las dos y media). Hoy tiene todas las luces encendidas y no tengo que pedir una copa como si pidiera un gramo de cualquier sustancia estupefaciente. El nivel de alcohol en sangre es ya elevado. Empiezo a divagar interiormente sobre lo divino y lo humano, interrumpido de vez en cuando por alg˙n espont·neo que busca conversaciÛn. Mis respuestas monosil·bicas y/o inintelegibles, sobre todo en idiomas que no domino al cien por cien, hacen desistir a mi interlocutor. Estoy cansado. Me voy al Foodland, un supermercado abierto 24 horas y con productos destinados a occidentales y locales. Compro quesos, jamÛn, pan, chocolatinas (que no falten en mi nevera) y tomo un taxi hacia casa. Temo no encontrar ninguno a pesar de que en Bangkok casi hay m·s taxis que coches particulares. Son las cuatro y media pasadas, no hay problema para encontrar uno. Llego a casa, me doy un baÒito en la piscina para despejarme un poco. Como alguno de los manjares que he comprado. Miro las noticias en la cadena francesa, veo que Al-qaeda no ha querido sumarse a la fiesta de fin de aÒo soltando alg˙n cohete. Pongo la radio, un vicio que no puedo evitar, estÈ donde estÈ, y me duermo, no sÈ si por sueÒo o por lo que circula por mi sangre. SÛlo una preocupaciÛn ronda mi cabeza: øQuÈ puedo hacer maÒana para divertirme?