06 diciembre 2003

Hoy es viernes dÌa 5 de diciembre, cumpleaÒos aÒos del Rey de Tailandia. Generalmente se celebran los aniversarios con alegrÌa y jolgorio, lo que lleva implÌcito diversiÛn y despiporre. Pero aquÌ no. AquÌ no se vende alcohol ni en los supermercados y por ende, todos los locales de esparcimiento nocturno cierran a cal y canto, el ˙nico que lo agradece es mi hÌgado. Esta ìsanaî costumbre se extiende a cuatro dÌas m·s al aÒo, el cumpleaÒos de la Reina y dos fiestas budistas, eso si no hay elecciones, que si no el ìdÌa de reflexiÛnî tambiÈn es dÌa de ley seca, no vaya a ser que en plena borrachera decidan cambiar el voto, lo curioso es que la prohibiciÛn se extiende a los extranjeros que no tenemos ni voz ni voto.
Aprovecho tan significante dÌa para hacer un repaso de mis primeros dÌas por estas tierras. Tal como decÌa el otro dÌa, el domingo lo dediquÈ a hacer una visita harto completa al Nanas. La estricta aplicaciÛn de la ley que ha impuesto el nuevo gobierno ultranacionalista, ha hecho que las hermosas doncellas thais que trabajan en los gogos luzcan un generoso bikini muy al contrario de lo que sucedÌa antes. AntaÒo, las que asÌ lo querÌan, podÌan lucir sus cuerpos libres de ataduras, el ˙nico complemento que lucÌan eran unos estilizados zapatos o unas botas dignas de un mosquetero.
ComencÈ mi ronda de go-gos por el Rainbow I. Un lugar m·s bien pequeÒo y de mucho Èxito. El ˙nico cambio que encuentro es que han aumentado los precios, las chicas, si no son las mismas, se parecen a las de otros aÒos. Bueno, supongo que no son las mismas porque ellas no han envejecido y yo sÌ. A los pocos segundos de entrar, veo una mano que me saluda en medio de la oscuridad que caracteriza el local. Es Noi, una camarera amiga mÌa que siempre me recuerda con cariÒo, sobre todo desde el dÌa que accediÛ a acompaÒarme a casa y ante su negativa a cualquier contacto carnal, la hice dormir en el suelo, sobre una mullida moqueta junto a mi cama. Por lo visto, incluso el suelo de mi cuarto era m·s cÛmodo que su cama, si no, no lo entiendo. Nos contamos lo que nos ha pasado en los ˙ltimos meses y me despido en busca de caras nuevas.
Justo en frente est· el antiguo ìBottoms upî (algunos locales cambian de nombre cas cada aÒo), el ˙nico local en el que no habÌa llegado la censura... hasta este aÒo. SÛlo les falta llevar bufanda. Ya que estoy, me tomo un par de whiskies mientras charlo con una amable muÒequita (lo digo por el tamaÒo) que ve con cierto recelo mi irrefrenable ansia por hacerle un reconocimiento ginecolÛgico completo. Insiste en que me la lleve, previo pago obviamente. Me resisto. Es pronto. Le digo que otro dÌa, que hoy he trabajado y estoy muy cansado. Salgo, subo al primer piso y me meto en el ìG-Spotî. Un bar de los grandes en todos los sentidos. Ahora ha decaÌdo mucho. Ya no pueden hacer el ìshower showî por el que habÌa adquirido cierta fama. Tras una vitrina, cinco o seis chiquitas se daban una ducha haciendo todo tipo de jueguecitos con lo que tenÌan a mano. Ahora, ya es historia. La policÌa se ha cebado especialmente con los locales pertenecientes a extranjeros, lo que incluye gran parte de los bares del Nanas.

Abandono el Nanas y tomo un taxi hasta Soi Cowboy, una calle de casi cien metros flanqueada de bares y baretos donde la carne se vende al peso. Pertenece a otro distrito y allÌ la policÌa es m·s laxa a la hora de aplicar la ley. Espero encontrar algo mejor que en el Nanas. Echo un vistazo en el ìLong Gunî, est· hasta la bandera, me tomo una copa y me voy, las bailarinas est·n muy tapadas, esto pinta mal. No desespero. Me dejo guiar por mi instinto putero, no conozco demasiado la zona a pesar de haber estado en numerosas ocasiones. Veo un gran cartel: ìSuzie Wongî. Vamos a ver como hacen los rollitos de primavera. Entro y siento una fuerte bocanada de aire fresco. No es el aire acondicionado, son las niÒas que bailan alegremente cÛmo Dios las trajo al mundo. Me siento satisfecho y me siento en un sof·. Pido mi whisky-sprite y me dispongo a gozar del espect·culo. Charlo y bromeo con las camareras, no es cuestiÛn de quedarse con la mirada fija, cual c·mara de vigilancia, sobre las bailarinas. La alegrÌa no dura m·s de 20 minutos. Suena la alarma luminosa. °A vestirse toca! Alg˙n sospechoso de ser policÌa a entrado en la calle. Pago y me voy. Tengo que seguir con la buena racha de mi instinto. Justo delante hay un local con un largo nombre en tailandÈs. No me detengo a leer el nombre, leo thai a la velocidad de un niÒo de cuatro aÒos. Me acogen con el sempiterno ìwelcome insideî. La cosa sigue bien, la escasa ropa que suelen llevar brilla por su ausencia. Se repite el mismo ritual. Hora de seguir con la investigaciÛn. Mis amigos residentes siempre esperan mi llegada para que yo les informe de cÛmo est· el mercado, saben que el que tiene el M·ster en puterÌo asi·tico soy yo.
A pocos metros del bar de nombre indescifrable est· el ìMidniteî. Lo recuerdo con especial cariÒo porque allÌ trabajaba una chica con la que tuve contacto carnal durante un tiempo, un par de semanas tal vez. Fue con esta chica cuando experimentÈ lo que sienten los amantes de la necrofilia. Se podÌa hacer de todo, pero ni un solo movimiento, ni un solo sonido, ninguna queja por su parte. Obviamente su profesiÛn no era y pasados unos meses desapareciÛ.
TerminÈ mi visita a Soi Cowboy en el ìTilacî, el bar m·s grande y lujoso, no por ello m·s caro, de la zona. No quedaba ya mucha gente, estaban todas en bikini, pero ya daba por concluida la investigaciÛn. Ya bajo los efectos del alcohol, divisÈ en la lejanÌa, al otro lado de la barra, una masa oronda. Era Fernando, un amigo mÌo, uno de los propietarios del Rioja, el ˙nico restaurante espaÒol de Tailandia. Estaba rodeado de chiquitas, que ha su lado se hacÌan m·s pequeÒas. Estuvimos charlando un rato y ya nos encendieron las luces, seÒal de que hay que abandonar el local. Quedamos para cenar un dÌa, cuando las ganas de alimento patrio se hagan m·s notables. Salgo de la calle y me asaltan media docena de taxistas que me confunden con un turista al que pueden timar. Les suelto no sÈ quÈ en tailandÈs y me dejan tranquilo.
Camino por Sukhumvit (una de las arterias de Bangkok) para ver quÈ se cuece por allÌ. El n˙mero de ìkathoeisî (travestis) es cada vez m·s notable. Algunos turistas no los distinguen y se llevan la sorpresa al llegar al hotel.
Desde la imposiciÛn de la ley seca a partir de las dos, es pr·cticamente imposible encontrar un lugar en condiciones donde tomar una copa. La opciÛn es tomar una copa en alguno de los chiringuitos que se han montado por la calle entre los ìsoisî (calles) 5 y 15. No est·n mal, no se caracterizan por su comodidad, pero si no hace demasiado calor, resulta agradable estar allÌ sentado y ver pasar los restos de saldo que se ofrecen a esas horas. Conozco una chica, que curiosamente habla bien inglÈs, no quiere hablar thai porque prefiere practicar su inglÈs, luego propone que pasemos a otros idiomas, pero no llevo ni 24 horas en el Reino de Siam y me niego tajantemente. Me enseÒa dÛnde trabaja de dÌa, una tienda de telefonÌa. Le digo que hasta maÒana, me responde que ella no trabaja de eso y que no siempre est· disponible, como si me fuera a importar la cosa. Tomamos un taxi juntos y la dejo unos metros antes de entrar en mi bocacalle. Vuelve a insistir y me vuelvo a negar ante su asombro. Tengo que dormir, sÈ que el amanecer va a ser duro y tengo que tener el botiquÌn preparado. MaÒana le toca el turno a Patpong, una zona m·s conocida por los turistas, sin embargo, no menos interesante.