13 enero 2004

Bangkok me tiene quemado. Hace ya tres semanas que volvÌ de Bali. Tengo que salir. Al margen de las cuestiones legales, que me obligan a ello, est· la necesidad por una pura cuestiÛn de salud mental. La vida que llevo aquÌ no puede calificarse de, precisamente sana. Dejando de lado las horas de sueÒo, el resto del tiempo lo dedico b·sicamente a las putas y al alcohol, todo aderezado de benzos. TambiÈn ocupo parte del dÌa a ir al cine y a hacerme masajes. El momento para el cultivo de la mente se limita a las cuatro horas semanales de clases de thai.

Hace dos dÌas que llueve, algo inaudito para el mes de enero. La Època de lluvias es de abril a octubre, y no ahora. Las calles ya son impracticables de por sÌ, hay que ir sorteando agujeros, hierros y socavones constantemente; los dÌas de lluvia hay que bordear autÈnticos lagos de los que parece que en cualquier momento puede salir una horrible bestia negra, generalmente la bestia se limita a una pobre rata que trata de sobrevivir. Todo esto ocurre en las principales arterias de la ciudad, no quiero imaginar lo que sucede en los barrios m·s marginales.
Hablando de ratas, recuerdo, hace aÒos, viajando con mi amigo Mateo por el paÌs, nos encontramos en la parte trasera de una gasolinera, junto a los urinarios, una serie de gatos subidos a una tapia. Lo que los tenÌa allÌ retenidos era la presencia de unas enormes ratas que los estaban esperando abajo, cosa que puede dar una idea de la dimensiÛn de estos roedores por estos parajes.

Para rematar el hastÌo en Bangkok, est· la presiÛn policial. A partir de las dos de la madrugada, prohibiciÛn absoluta de servir alcohol. Adem·s, seg˙n comenta la prensa, desde el 22 de enero (AÒo nuevo chino), la prohibiciÛn se adelantar· a la una o las doce.
Recuerdo hace unos dÌas, est·bamos Leo Paco el sevillano y yo en el Suzie Wong de Soi Cowboy. Repentinamente, sobre las 23 h., entran dos policÌas uniformados, hablan con el encargado, y s˙bitamente se encienden las luces y se para la m˙sica. Comienza un desfile de uniformados y personal afÌn. Mientras, por la megafonÌa del local, suena una voz thai: ìNo problem, you can drinkî. SÌ claro, sin m˙sica, sin chicas y con todas las luces del local encendidas. Si quieren podemos cantar y bailar nosotros en ataviados con nuestras prendas Ìntimas. El objeto de la visita policial era hacer un control de drogas a las chicas que allÌ trabajan. El bar est· abierto m·s de siete horas y tienen que venir en hora punta, y sacar todos los botecitos par el pis, los guantes de l·tex y toda la parafernalia para impresionar. Para impresiÛn, la que nos llevamos al salir del local. Seis relucientes vehÌculos policiales, innumerables agentes paseando de un lado a otro; en fin, toda una invitaciÛn al turista a sentirse cÛmodo.
Visitamos un bar de bares m·s. A las chicas sÛlo les faltan los guantes y la bufanda para ir bien tapadas. Finalmente cambiamos de distrito. El ambiente no est· como para tirar cohetes, pero por lo menos no tienes al lado al la doctora ordenando los botes de orina.

Tomada la decisiÛn de salir del paÌs por unos dÌas, opto por Camboya. Es el destino m·s cercano, apenas 50 minutos en aviÛn, el m·s econÛmico, una noche en un hotel m·s que decente 40 dÛlares y el resto de divertimentos, a precios acordes con el nivel de vida del paÌs.
Tres compaÒÌas vuelan desde Bangkok a Phnom Penh: Thai, Bangkok Airways y President Airlines. Thai es la m·s cara con diferencia, Bangkok Airways utiliza Boings 717 y ofrece un servicio muy bueno. Me decanto por President Airlines, una compaÒÌa camboyana que tiene una flota de dos antiguos 737-200. Es un riesgo, pero me lanzo a la aventura, adem·s, con lo que me ahorro respecto a Bangkok Airways, me pago una noche de hotel o dos putas y media. Si no recuerdo mal, hace unos aÒos ya volÈ con esta compaÒÌa. La primera impresiÛn fue estupenda. Desde la puerta de embarque, pude asistir al cambio de rueda del tren delantero del aviÛn, cosa que no me ha sucedido en los siete aÒos que llevo trabajando en un aeropuerto. El interior del aviÛn, un autÈntico primor. Si me descuido, al tropezarme, me llevo por delante toda la moqueta de la cabina de pasajeros. Afortunadamente, el personal era entraÒable (excepto el comandante, un americano antip·tico, supongo que un deshecho de la guerra de Vietnam), se deshacÌa en atenciones con las cuatro cosas de las que disponÌan. Si habÌa que morir, por lo menos sabÌa que era en compaÒÌa de buena gente.

El jueves comienzo mi periplo por tierras khmer.