10 enero 2004

Me habÌa prometido mÌ mismo que ese dÌa me iba a quedar en casa, mi hÌgado me lo suplicaba hacÌa ya tiempo.
Tras salir de clase, fui a comprar dos bandejitas, una de salmÛn ahumado y otra con at˙n crudo, todo ello, baÒado en abundante wasabi, fue toda mi cena. Mientras hacÌa la digestiÛn, con la CNN de fondo, comencÈ a oÌr una voz que susurraba lejanamente mi voz. No le prestÈ mucha atenciÛn, pero a medida que pasaba el tiempo y las noticias de la cadena americana me resultaban menos interesantes, la voz fue haciÈndose m·s clara.
S˙bitamente la reconocÌ. °Era Johnny, Johnny Walker! Reclamaba mi presencia inmediata en Nana Plaza. En un primer momento dudÈ, pero como la promesa de reclusiÛn me la habÌa hecho a mÌ mismo, pensÈ que el hecho de incumplirla no resultaba demasiado grave. Me levantÈ de la cama con cierta dificultad ( es un acto que le cuesta a todo el mundo), me enfundÈ mi pantalÛn del ejÈrcito camboyano, mi camiseta de Star Trek y dem·s parafernalia que me acompaÒa en mis salidas (c·mara de fotos, preservativo, dinero, y tarjeta por si falta Èste ˙ltimo, etc.). Bajo a la calle y encuentro un moto-taxi, cosa rara a esas horas, la suerte parece sonreÌrme.
En menos de 10 minutos llego a mi destino. Para comenzar la velada tranquilamente, me instalo en el Pharons (el chiringuito central). Por la tele retransmiten un encuentro de f˙tbol entre el Chochingham y el Charleston (°yo quÈ sÈ cÛmo se llaman esos equipos!). Estos partidos me resultan casi terapÈuticos, me permiten pensar en otras cosas dado que no me importa ninguno de los contendientes y, sin embargo me ofrecen un espect·culo de malabares que me relajan la mente, adem·s, ver a los jugadores con guantes me provoca cierto regocijo al estar gozando yo de una temperatura m·s que agradable. El espect·culo se complementa con lo que sucede fuera de la pantalla: orondos for·neos, presumiblemente germanos o brit·nicos, acompaÒados de pequeÒos tizones que van y vienen, ya sea del hotel o de las habitaciones que se alquilan en el tercer piso al mÛdico precio de dos euros por tres horas. No sÈ cÛmo se las apaÒan, desafÌan, en cualquier caso, todas las leyes de la fÌsca, dada la disparidad de tamaÒos. TambiÈn circulan orientales con cara de despiste, no sÈ si es que est·n realmente despistados o es que la naturaleza les ha otorgado semejante rostro.
Terminado el partido (en todo caso, terminado para mÌ), doy cuatro pasos y ya estoy en el Pretty Lady, go-go bar que he adoptado este aÒo. Me reciben con reverencias varias y llam·ndome Pii (hermano mayor) hecho que confirma la adopciÛn por su parte, no es para menos, con el dineral que me dejo ya podrÌan ponerme una alfombra roja. Paso lista para saber quiÈn est· y quiÈn no. Las que m·s conozco, no el sentido bÌblico de la palabra, mueven sus cuerpos (dicen que bailan, pero cuando se para la m˙sica se siguen moviendo...) sobre la tarima para deleite de los allÌ presentes. Bailan por turnos. Hoy hay dos turnos de unos 15 minutos cada uno. Espero a que se acerque alguna de las que m·s confianza me tienen, para sacar mis manos de paseo. La primera se llama Wan y tiene 17 aÒos... increÌble, yo le echaba 18. La naturaleza ha querido dotarla de prominentes senos, me dice que los tiene asÌ desde los 15 aÒos. Supongo que harta de que en el colegio se los tocaran por el morro, decidiÛ sacarle provecho a su anatomÌa. Le pregunto si ha sido cambiada por una lavadora, ya que en EspaÒa dicen que cambian niÒas por lavadoras en Tailandia. Obviamente no sabe de quÈ le hablo, pero en cualquier caso, me lo niega rotundamente, aunque reconoce que cuando a su madre le ofrecieron la vitrocer·mica, hubo un momento de duda...
ParadÛjicamente, en Tailandia no pueden entrar en bares o discotecas los menores de 20 aÒos, pero sÌ pueden trabajar los mayores de 16, por lo que es habitual encontrarte putas de 17 que est·n registradas como camareras ya que en este paÌs la prostituciÛn est· prohibida y las autoridades niegan que existan locales de prostituciÛn. IronÌas de la vida.

La segunda en aparecer es Da, 21 aÒos. Es graciosa, tiene los senos uno que mira para cada lado y el coseno rapado, es m·s cÛmodo y a muchos clientes les sube la lÌbido a niveles considerables. Tras el ìreconocimiento mÈdicoî de rigor, las invito a un par de copas. Ya me he divertido bastante. Les llega el turno de bailar. Se ponen delante de mÌ. Su ìtri·ngulo de las Bermudasî me llega casi a la altura de los ojos, lo que me permite ver con m·s claridad los detalles de sus prendas m·s Ìntimas y en caso de estar mal colocadas, me basta con estirar la mano para poner las cosas en su sitio.
Repentinamente recuerdo un episodio sucedido en este mismo local. Por aquel entonces, todavÌa podÌan bailar totalmente desnudas. Estaba con Leo, Paco el sevillano y no sÈ si alguien m·s. TenÌa un llavero que era a su vez un potente foco en miniatura. Tonteaba con las chicas enfocando la luz dÛnde menos querÌan ellas que se enfocara, hasta que una me pidiÛ un momento el juguetito. Sin apenas darme cuenta, mi llavero habÌa desaparecido. No llevaba ropa y por ende, no tenÌa bolsillo dÛnde guardarlo. Me temÌa lo peor. Era hora de marcharnos y yo comenzaba a ponerme nervioso, le pedÌa con insistencia la llave de mi apartamento, pero ella seguÌa en sus trece. Algo mosqueado pedÌ ayuda al personal. Finalmente me lo devolviÛ sac·ndoselo del ˙nico bolsillo que tiene su anatomÌa. No sabÌa si cogerlo o no, pero obviamente me era absolutamente necesario. TomÈ el pequeÒo foco con su cadena y su llave con los dedos Ìndice y pulgar, temÌa tomar entre mis manos un objeto humedecido de forma natural pero no solicitada en ese momento. Para sorpresa mÌa estaba totalmente seco. No quise imaginar quÈ otras cosas habÌa guardado ese ìbolsilloî tan peculiar.

La noche se estaba alargando ya demasiado en el Pretty lady. PedÌ la cuenta y me fui, igualmente entre saludos varios y reverencias.
TomÈ el camino del Thermae entonando el ìYo soy putero porque el mundo me ha hecho asÌ.....î . Llego, bajo las escaleras, tomo mi copa y doy una primera vuelta de inspecciÛn. Termino situ·ndome al lado del ìjuke-boxî, lugar preferido de las m·s jÛvenes que ponen continuamente sus canciones favoritas con las monedas que piden a los clientes. Esta noche esta Lek, una putilla de metro cuarenta que con tan poco cuerpo rebosa energÌa y mala hostia si hace falta. Le gasto siempre la misma broma: ìNo te acuestes tarde que maÒana tienes que ir al coleî y su respuesta tambiÈn es siempre la misma: ìNo hace falta, ya me he follado a todos los profesoresî, respuesta contundente que demuestra su genio. Tiene 23 o 24 aÒos pero aparenta apenas 12, es la preferida de los pedÛfilos, que obviamente no se reconocen como tales.

Son ya las dos, hora de cierre oficial de cualquier lugar que pueda suponer diversiÛn e ingesta de alcohol. Me dirijo hacia un bar que ya tengo localizado y que hace caso omiso de esta ley camel·ndose amablemente a la policÌa y permite beber hasta hartarse. La verdad es que ofrece poca o ninguna diversiÛn pero la llamada del whisky es fuerte y ocasionalmente, los m·s habituales entablamos conversaciones que pueden llegar a ser interesantes, o eso me parece en ese momento. De camino al bar en cuestiÛn me topo con una bonita pelea o discusiÛn. Un pobre hombre blanco y cincuentÛn, equipado con una mochila y una bolsa, intenta deshacerse de una thai que, entre sollozos, le estira de su equipaje para que no se vaya o para que le dÈ algo que le pertenece. El hombre, ante esta situaciÛn tan embarazosa, por la multitud que contempla el espect·culo que ofrecen, opta por darle todo lo que lleva encima y marcharse por un callejÛn. Intento averiguar lo que ha sucedido y cu·l es el paradero del hombre. Nadie sabe nada. Estas pequeÒas peleas son harto habituales por esta zona. Hay que saber a quiÈn te llevas a la cama.

Mi alcoholÌmetro interno me indica que ya es hora de plegar velas. Quedan todavÌa muchos dÌas por delante y hay que cuidar la salud sobre todo cuando ya est· dando seÒales de que la alarma roja est· a punto de sonar.