20 diciembre 2003

En apenas 24 horas estarÈ de nuevo en Bangkok, la gran urbe del caos ordenado. Hace ya dos dÌas que no se ve asomar el sol en Bali por ninguna parte, el cielo es todo una sola nube compacta. Afortunadamente, aquÌ, lluvia no es sinÛnimo de frÌo. El factor clim·tico no influye en exceso en la vida diaria tanto de turistas como de indÌgenas. Aunque llueva, uno puede ir a la piscina a nadar un rato, lo ˙nico es que para secarse conviene ponerse bajo una sombrilla. Para el fornido surfista (rey y descubridor de Kuta Beach) poco importa el agua que cae del cielo, Èl sÛlo sabe de la que tiene bajo sus pies. Los ˙nicos desolados, tal vez, sean esas parejas de novios que vienen en viaje de Ìdem y piensan que van a estar todo el dÌa al sol, ella tomando una tez morena y Èl mirando lo que ya no podr· catar, pobre de Èl.
TodavÌa recuerdo, con cierta gracia, esa excursiÛn ìculturalî. Menuda pesadez, pero debo hacerlas. En primer lugar para ver algo m·s que bares y culos, y en segundo lugar para conocer, aunque sea un poquito, el paÌs que visito. El lunes por la maÒana me sentÈ ene lobby del hotel a esperar a mi guÌa-chÛfer. Para sorpresa mÌa eran dos personas. Menudo despliegue de medios para mi persona, nativos y un mono-volumen para mi solito. La sorpresa tambiÈn fue del guÌa cuando le espetÈ sin contemplaciÛn alguna que yo tambiÈn era guÌa (lo soy pero no ejerzo) y que se olvidara por completo de tiendas porque no pensaba comprar nada, que en Bangkok habÌa las mismas cosas. Tallas de madera. NO. Pinturas. NO. Muebles. MUCHO MENOS. Batiks. YA TENGO. Y un largo etcÈtera de negativas m·s. De un plumazo vieron esfumarse las comisiones del dÌa. Establecimos pues un recorrido alternativo: un poquito de teatro cl·sico, un templo hind˙, otro templo hind˙, los bancales de arrozales, los lagos y volcanes, y de regreso, paisajes diversos. Ciertamente lo que m·s disfrutÈ fue el paseÌto en coche, ver la vida cotidiana de los balineses y ver lo bien que vivimos en occidente. A la vuelta, ya en el hotel, me sentÌa satisfecho por haber hecho algo ì˙tilî, ya era de volver a las andadas. Pido que me traigan algo de comer a la habitaciÛn, sueÒecito que la noche es muy larga y hay que estar despejado. Me levanto poco antes de que empiece la pelÌcula del Bagus. Ducha y ruta habitual. Por no sÈ quÈ motivo la noche se acortÛ un poco, es decir, regresÈ al hotel a las 5 en cambio de las 6. BaÒito en la piscina, bocata, tele y a dormir.
Para el martes tenÌa en la agenda ìvisita al parque acu·ticoî. A pesar de vivir en una isla en la que hay m·s de dos, nunca habÌa ido a ning˙n parque de este tipo. El dÌa estaba nublado, pero poco importaba. Al ser temporada baja y dÌa entre semana, la afluencia no era excesiva, lo que permitÌa la utilizaciÛn inmediata del tobog·n o chorrada que quisieras. Al ser novato en la materia, optÈ en primer lugar por darme un largo paseo observando el comportamiento de los dem·s para no cometer tropelÌa alguna y provocar asÌ la risa de los dem·s baÒistas. Mi primera opciÛn fue el baÒo con rueda hinchable por el riachuelo artificial que, con cierta gracia (chorritos por aquÌ, por all· por acull·, corrientes suaves, cascaditas) recorre grana parte del tropical jardÌn, cuidado todo Èl con celo, casi excesivo, ya que a los pocos segundos de caer una hoja al agua, ya estaba el joven con su redecilla recogiÈndola. Los sueldos que se dan en estos paÌses permiten estos lujos a la hora de contratar mano de obra.
Todo lo que sube baja. Esta es una ley conocida por todos. Y claro, para bajar por un tobog·n, primero hay que subir. Mi inexperiencia en la materia, me hacÌa penar que este tipo de espacios l˙dicos, disponÌan de alg˙n medio mec·nico que permitÌa a los felices y exaltados baÒistas llegar hasta la cima de la torre de toboganes. Pero a medida que me iba acercando al lugar en cuestiÛn, mi vista no alcanzaba a ver cu·l era la alternativa a las obvias escaleras. Una vez llegado a pie de torre, me dio la sensaciÛn de que se me caÌan encima. Las ganas por experimentar algo nuevo, que no supusiera, por una vez, peligro alguno para mi salud fÌsica y/o mental, hicieron que me armara de fuerzas y comenzara un ascenso que no resultÛ ser demasiado penoso. HabÌa unas seis opciones. ComencÈ por la m·s suavita, no recuerdo el nombre, algo de ìraft.....î. Me pareciÛ divertido. Me fui animando y probÈ casi todos los toboganes. Me faltaba uno. El m·s alto. El m·s empinado. El que nunca tenÌa usuarios. ìSi lo han hecho, ser· para que se useî pensÈ. Envalentonado por el Èxito en las anteriores pruebas lleguÈ a la cima. Me esperaba un joven de amplia sonrisa que me transmitÌa telep·ticamente ìno sabes dÛnde te has metidoî. SeguÌ al pie de la letra sus instrucciones. Era el ˙nico tobog·n en que uno se echa a cuerpo limpio, sin colchonetas, no flotadores, ni nada a dÛnde agarrarse. ìCruzas tus brazos sobre tu pecho, aprietas fuertemente y te tirasî fueron sus palabras. VeÌa el suelo muy lejos, pero ya que habÌa subido... Uno, dos y tres. All· voy. El baÒador se convirtiÛ en traje entero y los apÈndices masculinos subieron hasta situarse en la clavÌcula. Al llegar abajo habÌa otro joven, tambiÈn de amplia sonrisa, que seguramente sabÌa lo que yo estaba sufriendo y l mucho que me acordaba de su compaÒero. La verdad, es que aquello estaba muy alto para volver a subir. Faltas no me faltaban de subir y decirle al chaval: ìøA ti te han capado o quÈ? Las manos hay que ponerlas en los huevos, NO en el pechoî En el pecho que se las pongan las mujeres en cualquier caso. Medio repuesto del susto, me dirigÌ a la zona infantil, a la piscina dedicada a los m·s pequeÒos. Curiosamente no era el ˙nico adulto, si bien, creo que los dem·s tenÌan progenie por allÌ pululando, y yo me paseaba cual Michael Jackson por su Neverland querido, sin hacer nada, pero levantando la sospecha y observando la mirada inquisidora de m·s de un progenitor. La ˙nica diferencia entre el seÒor Jackson y yo es que no soporto los niÒos desconocidos y no tengo millones para que se puedan beneficiar de mÌ. Tras haber gozado del cubo gigante de agua que se te cae encima (el agua, no el cubo), los caÒones de agua, los chorritos de agua y dem·s menudencias, y estando ya casi recuperado del ìtobog·n capadorî me fui a una piscina m·s acorde con mi edad. DescubrÌ el poder del chorro, la diversidad del chorro, las m˙ltiples aplicaciones del chorro. Chorros que venÌan por arriba, otros por abajo, unos con presiÛn notable, otros como una simple caricia, unos con burbujas, otros sin burbujas. Chorros que hacÌan reconciliarme con ese parque que albergaba en su interior a un traicionero tobog·n que siempre guardarÈ en la memoria.
Tanto chorro me dio apetito. Tras aplicarme una crema protectora (lo hice bien por lo que me habÌa costado y por pasar el rato), para protegerme de una densa capa de nubes que a duras penas dejaba pasar la luz, me encaminÈ hacia la zona de restauraciÛn. Alimentos para todos los gustos, desde pizzas, hamburguesas, perritos hasta los locales nasi goreng y otras delicias orientales de nombre impronunciable. Me decantÈ por un satay de pollo con salsa de cacahuete y arroz, es decir, unas brochetas de pollo con arroz. Satisfecho mi apetito, fui a pasearme por lugares del parque todavÌa incÛgnitos para mÌ. Me topÈ de sopetÛn con una pancarta de tela que indicaba que un determinado hotel organizaba durante dos dÌas unas jornadas de ìoutingî. Hasta ahora siempre habÌa relacionado el tÈrmino ìoutingî (traducido del inglÈs, vendrÌa a ser ìsacar fueraî) con el mundo gay. Hace ya tiempo una parte de este grupo social decidiÛ de ìmotu propioî dar a conocer los nombres de los famosos que eran homosexuales y no querÌan que se supiera. Bien pues el ìoutingî, que se iba a celebrar en el parque en que me encontraba, me tenÌa intrigado. Me imaginaba la situaciÛn. Todos reunidos en alguna dependencia del recinto y el director del hotel diciendo: ìLos nombres que voy a dar a continuaciÛn son de personas que trabajan con nosotros, son maricones y no quieren decirlo. Ruego un aplausoî. O bien todos reunidos formando cÌrculos en las diversas piscinas y destacando alguno del grupo diciendo: ìHola, me llamo Fulanito Chim Pum, y soy gayî y todos respondiendo a coro ìHola Fulanito, te queremosî.
Tras semejante reflexiÛn di por concluida mi estancia en el ìWaterbomî, un lugar que siempre tendr· un espacio destacado en mi memoria.

El miÈrcoles fue un dÌa relajado. Estuve almorzando con JosÈ A. Morales, un espaÒol que lleva aÒos por Asia dedicado al mundo de la hostelerÌa. Actualmente regenta el Pansea Bali de Jimbaran, cerca de Kuta beach. Estuvimos charlando b·sicamente de cuestiones relacionadas con el tema del turismo y otras trivialidades. Tuve la oportunidad de gozar de la cocina de su establecimiento hotelero. Llevaba dÌas en Indonesia y todavÌa no habÌa degustado el famoso ìNasi Gorengî. Terminada la degustaciÛn, sÛlo puedo decir que era absolutamente delicioso, sin embargo, he de decir que este plato de la cocina indonesia, no es m·s que una variante m·s de la universal paella valenciana. Me explico. Si a Usted le dicen que le van a traer un plato de arroz, con pollo, otras carnes, marisco, verduras y el toque de alguna especia, le vendr· de forma inmediata a la mente una paella. LÛgico. Por eso digo que el ìkhao padî tailandÈs, el ìnasi gorengî indonesio y otros centenares de variantes que deben de existir, no son m·s que una mala copia de la paella valenciana.