14 febrero 2004

Tras una noche de paz y tranquilidad, amanezco con cierta tristeza. Ha comenzado la cuenta atr·s. Pocas son las horas que me quedan para gozar del reino de Siam. El aviÛn sale a las 12 de la noche, por lo que me conviene estar en el aeropuerto, como muy tarde a las nueve. A esas horas, los aviones hacia Europa salen uno tras otro, como si fuera el ˙ltimo fin de semana de julio en Palma.
Decido pasar mis ultimas horas en el cine, extraÒa decisiÛn que no sÈ a quÈ obedece, no le pido explicaciones a mi mente, simplemente act˙o seg˙n sus deseos. Hoy estrenan una comedia thai de la que vienen haciendo publicidad m·s de un mes. Si no la veo hoy, ya no la verÈ. El cine me relaja y si la pelÌcula resulta ser aburrida, me entretengo pensando en mis cosas. Afortunadamente no es asÌ y paso dos horas la mar de entretenido. En dicha pelÌcula se habla en ciertos momentos del Real Madrid, que junto al BarÁa y los toros, es el ˙nico referente hispano de los thais. Me hace gracia, y me hace recordar la ocasiÛn en que le preguntÈ a una chica si sabÌa cu·l era la capital de EspaÒa, y me respondiÛ que sÌ, muy orgullosa de su cultura, y me dijo que era: Real Madrid. Conteniendo la risa y por no ofenderla, le dije que muy bien, que sÌ, mientras me imaginaba a Florentino de presidente de gobierno y a la plantilla con sus respectivas carteras ministeriales.
Regreso a casa con cierta premura tras realizar las ˙ltimas compras, las que se tenÌan que hacer hace un mes. SÈ, por experiencia, que el momento de cerrar las maletas es un momento muy crÌtico y en ciertas ocasiones desesperante; todos los c·lculos de volumen y peso resultan errÛneos, por mucho empeÒo que se haya puesto en que no fallen.
Me afeito, me ducho y me pongo manos a la obra. No tardo en darme cuenta que la frase ìEste aÒo no he comprado casi nadaî, se aleja de la realidad un aÒo m·s. Me saca del apuro una bolsa que utilizo para ir a la playa y de compras. Conocedor del funcionamiento de los aeropuertos, destino a esa bolsa todo lo que me podrÌa permitir perder: calzoncillos, calcetines, camisetas blancas y dem·s cosas prescindibles. No desconfÌo de la honradez de los trabajadores del aeropuerto de Bangkok, pero no tengo candado para cerrar la bolsa, la ˙nica forma de evitar que se pongan a rebuscar en mi bolsa es poniendo las prendas m·s Ìntimas usadas, obviamente, en la parte superior, con el fin de ìrepeler cualquier ataqueî. La bolsa llegÛ bien a su destino y estoy seguro de que los perros de la Guardia Civil, todavÌa hoy, podrÌan seguir mi rastro hasta mi casa, tras la enorme dosis de feromonas inhalada en mi equipaje.
No sÈ cÛmo, pero logro cerrar mis maletas, mi equipaje de mano, mi ordenador, todo est· en su sitio. Bajo hasta la entrada de los apartamentos, los guardias de seguridad llaman un taxi y se despiden con cierta tristeza de mÌ, no en balde les daba buenas propinas en fechas seÒaladas. Les doy 200 bahts y les digo que en unos meses ya estarÈ de nuevo por allÌ. Les caÌa bien. Cada vez que entraba en casa, grandes saludos militares con chasquido de sus botas con chapa met·lica incluido. Ciertamente les intrigaba un tipo que salÌa a las once de la noche y regresaba siempre borracho, en ocasiones con un uniforme, en ocasiones con otro, un tipo que desaparecÌa durante unos dÌas camino del aeropuerto y regresaba para volver a marcharse, un tipo que no traÌa mujeres (ni hombres) a casa, un tipo que bajaba a comprar el periÛdico a las seis de la tarde, en fin, un ejemplo a seguir...

Camino del aeropuerto, ya en la autopista, veo un termÛmetro que indica que estamos a 30 grados, suspiro hondo al pensar la temperatura que me voy a encontrar en EspaÒa. Tardo poco en llegar. Me dirijo a los mostradores de facturaciÛn rezando para que la persona que me atienda no se fije demasiado en el peso de mi equipaje. Por mi experiencia al otro lado del mostrador, sÈ que todo depende de quiÈn me facture. Entrego mi billete junto a mi pasaporte y mi tarjeta de ìfrequent flyerî de Thai Airways y mi mejor sonrisa, mientras voy depositando mi equipaje en la balanza. Miro el peso: 40 kilos. Trago saliva y observo, con cierto temor, la reacciÛn de la chica. Mira su pantalla, teclea el ordenador, saca por la impresora las etiquetas y las tarjetas de embarque. Una vez m·s, mi ìinstinto aeroportuarioî me dice que esta vez me he salvado. Si ha iniciado el proceso de facturaciÛn sin decir nada sobre el exceso de peso lo que significa que no voy a tener que pagar nada ni voy a tener que empezar a solicitar la compasiÛn entre compaÒeros de trabajo blandiendo mi documentaciÛn aeroportuaria. SÛlo el aÒo pasado los malditos de Swiss me hicieron pagar casi 20 mil pesetas por unos kilillos de m·s, menos de los que llevaba el dÌa en cuestiÛn.
Me voy hasta inmigraciÛn. El oficial, encargado de comprobar que mi documentaciÛn est· en regla, mira una y otra vez la foto de mi pasaporte y mi cara. La foto tiene unos seis aÒos y desde entonces he cambiado bastante. Al hombre no le cuadra que en la foto haya un tÌo delgado y de pelo castaÒo y delante de Èl se presente un hombre con 20 kilos m·s y el pelo rubio. Pongo la mejor de mis sonrisas y me entrega el pasaporte de vuelta. Todo ha ido sobre ruedas. Hasta que comience el embarque tengo m·s de una hora. Me voy al ìduty freeî a aprovisionarme de tabaco y perfume. Llevo en total seis cartones lo que me supone un ahorro de aproximadamente 120 euros. ConfÌo en que la Guardia Civil no se interese demasiado por mi equipaje. Junto a la tienda libre de impuestos veo una especie de kiosko que vende una prenda ˙nica: camisetas. Me acerco para ver de quÈ se trata. Son camisetas conmemorativas del 72 cumpleaÒos de la reina Sirikit, muy querida por la poblaciÛn. Me compro una, sÈ que los tailandeses son muy devotos de todo lo relativo a la casa real. Cuando vuelva y lleve la camiseta, serÈ la envidia de m·s de uno.
Tras las compras me voy al KFC a tomar algo, observo que la gente sigue comiendo pollo con total tranquilidad, pero yo me tomo un tÈ, ya comerÈ en el aviÛn. Con el saldo que me queda en mi mÛvil tailandÈs llamo a mis amistades para despedirme, aunque la tristeza de antaÒo se ve hoy paliada por las nuevas tecnologÌas. Antes, uno se despedÌa de verdad, ahora con un ìhasta luegoî o ìhasta maÒanaî basta. Sin embargo, hay cosas que no se pueden suplir a pesar de ìe-mailsî y de ìwebsî y forums que se crean sin cesar sobre las cualidades tailandesas. Hablo con Leo y con una amiga (una normal, esta no es puta) hasta agotar los pocos bahts que quedaban.
En el tiempo que me queda, me pongo a recordar lo que han sido estos dos meses. Me acuerdo de las horas pasadas en el Pretty Lady, un go-go bar que podrÌa ser calificado como de tercera regional, pero con una atenciÛn al cliente difÌcil de encontrar por esos lares y una relaciÛn calidad/precio muy ventajosa. ìMoquiî ìmoquiî les hacÌa a las chicas entrando en el local, ahora al entrar en un bar, ser· conveniente que me ponga las manos en los bolsillos para evitar tentaciones. TambiÈn aparecen en mi mente las im·genes de Camboya: los campos de tiro, los paseos nocturnos por la ciudad, el Sharkyís, el Martiniís, dÛnde recuerdo una noche en que un asi·tico (no sÈ si chino, japonÈs o coreano) decidiÛ de ìmotu propioî unirse a la banda que tocaba en directo y nos martirizÛ, a todos los presentes, con un ìBÈsame muchoî, en espaÒol, que nunca llegaba a su fin, a pesar de los reiterados intentos de los m˙sicos para que el personaje aficionado al karaoke diera por terminada su actuaciÛn. Bali me entretuvo durante diez dÌas. De tebeo eran las docenas de camellos que me ofrecÌan drogas y todo lo que yo quisiera, a pesar de que los estaba filmando descaradamente con mi c·mara. Honda impresiÛn me causÛ en esta isla paradisÌaca la visita al lugar en el que hizo explosiÛn una bomba que acabÛ con la vida de m·s de doscientos jÛvenes que disfrutaban de sus vacaciones. Mientras me tomaba mis copas a escasos metros de dÛnde ocurriÛ, en el Paddyís Reloaded, me imaginaba las escenas de terror que debÌan de haberse vivido en aquella fatÌdica noche.
Mientras me iba acabando el tÈ, seguÌan fluyendo las im·genes de dos meses de fiesta continua. Pensaba en la chica asesinada en los baÒos del hotel Grace por un ìquÌtame allÌ esas pajasî. Pobre chica, no sabÌa que al acabar con su vida, tambiÈn acababan con este lugar de diversiÛn nocturna. Desde el asesinato, nadie volviÛ a pisar el local, y todos los que hasta allÌ acudÌamos como ˙ltimo refugio nocturno, qued·bamos esparcidos por la ciudad.
Tengo asignada la puerta de embarque n˙mero seis. No est· precisamente cerca, por lo que decido emprender la marcha para no ser el ˙ltimo en llegar y quedarme, por lo tanto, sin lugar donde sentarme. La espera ser· algo m·s larga ya que no se trata de un ìfingerî. Cambio la tarjeta sim de mi mÛvil y llamo a EspaÒa para anunciar mi regreso en perfecto estado, no ser· necesaria la ambulancia a mi llegada.
Comienzan el embarque con cierto retraso, pero en estos vuelos de tan larga distancia poco importa ya que el tiempo se puede recuperar, si las inclemencias atmosfÈricas lo permiten (cosa que no sucediÛ en este caso, sino m·s bien lo contrario).
Soy de los ˙ltimos en subir a bordo. El aviÛn est· al m·ximo de su capacidad. No encuentro lugar donde colocar mi excesivamente voluminoso equipaje de mano. Un solÌcito auxiliar de vuelo acude en mi ayuda y encuentra lugar para la maletita, el ordenador y la bolsa del ìduty freeî. Me siento en la antepen˙ltima fila, en caso de accidente, tendrÈ m·s probabilidades de salvarme, pero no es ese el motivo de mi elecciÛn. Dependiendo de la configuraciÛn que le dÈ cada compaÒÌa, generalmente, los asientos de ventanilla de las ˙ltimas tres filas de un 747 tienen m·s espacio, ya que queda un hueco entre el asiento y la ventanilla, lo que me da sensaciÛn de m·s amplitud, bueno, m·s que sensaciÛn es una realidad. Mi compaÒero de viaje pone disimuladamente cara de decepciÛn. Lo m·s probable es que pensara que podrÌa viajar cÛmodamente con un asiento libre a su lado, pero con mi llegada, su esperanza se diluye. La salida del aparato se sigue retrasando. Algo sucede. Finalmente, el comandante nos informa del motivo. Motivo que yo ya sospechaba al ver el movimiento del personal de la compaÒÌa y los requerimientos por parte de la tripulaciÛn a que el seÒor X comunicara su presencia a bordo. Faltaban dos pasajeros. HabÌa que buscar su equipaje. Y buscar dos maletas entre unas 600, no se hace en diez minutos. Entablo conversaciÛn con la persona que me va a acompaÒar durante casi 14 horas de vuelo. Se llama Pepe y es un espaÒol enamorado de Asia, lleva aÒos viajando y viviendo por estos lares. Al poco tiempo nos damos cuenta de que tenemos amigos en com˙n, tampoco es demasiado extraÒo, dado que el espaÒol no se prodiga en exceso por este continente. Parece que o han aparecido los pasajeros o han aparecido las maletas. La cuestiÛn es que el aviÛn empieza a ser empujado marcha atr·s. Tardamos un poco en despegar, el tr·fico es intenso. Mientras ascendemos, veo a mi derecha los millones de luces que iluminan la ciudad. Intento reconocer lugares e imagino lo que est· sucediendo allÌ en estos momentos. Pasada una hora tras el despegue, comienzan a distribuir las bandejitas con la cena. LÛgicamente no hay pollo. Pido pescado. Termino la cena mientras sigo charlando animadamente con Pepe. Recogen las bandejas y es hora de tomar mi ìcocktail del sueÒoî: alprazolam, doxilamina y doxepina.
Se apagan las luces. Nos damos las buenas noches. Voy equipado con todo lo necesario para tener un sueÒo reparador: antifaz, tapones para los oÌdos, almohadilla hinchable para la cabeza, cojÌn, mantita. Parece que todo est· en su sitio y que cuando me despierte cuando estÈ llegando a Roma. °QuÈ ingenuo soy! Parece mentira que tras tanto viaje, no tenga en cuenta los imponderables. Cuando sobrevolamos la India (c·lculo aproximado hecho muy a ojo) empieza el traqueteo. Un leve balanceo para inducir al sueÒo, siempre se agradece. Pero el traqueteo no cesa y se torna en sacudida brusca. Intento conciliar el sueÒo mientras veo por la ventanilla las alas del aviÛn que se mueven como las de un p·jaro. No tengo ning˙n miedo, pero me incomoda estar grogui y no poder dormir. Cuando cierro los ojos empiezo a marearme. Opto por despojarme de toda la parefernalia montada para dormir. El pescado comido durante la cena parece recobrar vida en mi interior por momentos. Pasan los minutos y la montaÒa rusa no se detiene. Pasa una hora. Pasan dos. Ya me inquieto porque yo no voy aguantar horas y horas de tiovivo. El aviÛn maniobra para evitar este viento tan violento, o eso creo yo, tal vez las maniobras son las obligadas en su ruta. La cosa parece que va a menos por momentos, pero cuando ya estoy dispuesto a dormirme, vuelve a la carga. Miro por la ventanilla, veo una gran ciudad atravesada por un rÌo, rebuscando en mi memoria intento adivinar cu·l es, m·s que nada, por situarme, cosas del aburrimiento...
Dios se apiada de mÌ. El aviÛn deja de moverse y el pescado se queda donde debe. El cocktail todavÌa hace efecto y ya son las seis de la maÒana en Tailandia, hora en que me suelo dormir.
Me despierto poco antes de que repartan el desayuno. El olor proveniente de los hornos me ayuda a sacar la conclusiÛn de que falta poco para llegar, antes de abrir los ojos para ver la hora. Con lo movidita que ha estado la noche, poco es el apetito que tengo, de todas formas, algo como. Aterrizamos en Roma. Aprovechamos para estirar las piernas una hora. Seguimos camino hacia Madrid. Sigo recuperando el sueÒo perdido. Quiero hacer fotos de Mallorca desde los 10.000 metros de altura, pero dada la espesa capa de nubes, opto por seguir con mi sueÒo. En el trayecto Roma ñMadrid, el aviÛn suele estar a un cuarto de su capacidad, por lo que me apodero de cuatro asientos y me estiro tranquilamente. La megafonÌa me despierta y regreso a mi asiento. Llegamos a Madrid sin novedad. Tengo tiempo m·s que suficiente para ir hasta la puerta de embarque del aviÛn que me llevar· hasta Palma. El aviÛn tiene algo de retraso y Spanair, en cumplimiento de su polÌtica comercial, nos obsequia a todos con un billete gratis para el mismo trayecto. Gracias, pero no voy a comprar un billete de ida que me va a costar m·s caro que uno de ida y vuelta, pero gracias, lo que cuenta es la intenciÛn, y ojal· otras compaÒÌas hicieran lo mismo. Llegando a Palma sÛlo pienso en una cosa: mis maletas. Los trasbordos y el paso por Barajas siempre me hacen pensar en lo mejor. La suerte que me abandonÛ al sobrevolar la India, vuelve a estar de mi parte. Las maletas parecen en la cinta de los equipajes extra-comunitarios. Hay dos o tres personas m·s y un guardia civil. ConfÌo en que no me haga abrir las maletas, m·s que nada por el engorro que supone. Simplemente me pregunta de dÛnde vengo y si tengo algo que declarar, obviamente mi respuesta es negativa. TodavÌa recuerdo aquella vez en que me registraron hasta la suela de los zapatos y trajeron a perro para que olisqueara mis pertenencias. No encontraron nada, lÛgico. Pero no sÈ por quÈ la tomaron conmigo y quisieron hacerme pagar 30.000 pesetas que finalmente quedaron en 15.000. Miraron hasta el precio de los libros que traÌa para hacerme pagar el IVA o yo quÈ sÈ quÈ. La cuestiÛn es que en estas circunstancias, estamos atados de pies y manos, y no queda m·s que transigir. Ya sÈ que la palabra Bangkok o Tailandia hace saltar la alarma inmediatamente e intento suavizarla con una sonrisa propia de turista sexual que ha ido a pasarlo bien un par de semanas.
Lo ˙nico que le preocupa al guardia civil es la fiebre del pollo. Tras confirmarle que no llevo comida, cosa incierta, me deja pasar. Los seis cartones de tabaco han entrado en EspaÒa a espaldas del fisco. Me siento satisfecho.

Tomo un taxi. Desde la ventanilla veo la pista del aeropuerto, mi habitual lugar de trabajo. Es la seÒal de que ya estoy en casa y que mi vuelta a Asia deber· esperar varios meses.

09 febrero 2004

Entre whiskies, benzos, tetas y culos, ha llegado febrero y ni me he dado cuenta. Febrero es un mes bastante odioso, por una parte se celebra le carnaval, cosa que no soporto, tanto gilipollas por la calle disfrazado y dando el coÒazo con sus bromitas y sus ìøa que no me conoces?î. Para terminar el mes con alegrÌa, ahÌ est· San ValentÌn... San ValentÌn, San valentÌn, °VALIENTE IDIOTEZ ! Lo que habrÌa que celebrar, es el hecho de NO estar enamorado, eso sÌ es digno de celebraciÛn, tanto es asÌ que yo lo celebro a lo largo de m·s de dos meses cada aÒo.
A lo que iba, que con la llegada del mes m·s corto del aÒo, llega la hora de regresar al viejo continente, muy a mi pesar, aunque mi hÌgado me lo agradece con creces. El cuerpo comienza a dar muestras de flaqueza. Una otitis salvaje me ataca desprevenidamente, nunca he sufrido este mal y por ello no reconozco bien los sÌntomas, creo que es alguno de esos males que me aquejan de vez en cuando y que curo a base de g¸isqui y trankimazÌn, pero no. En el go-go bar soporto mejor el dolor por la anestesia del alcohol y la distracciÛn que me proporcionan mis amigas, pero una vez en casa, tras el baÒo habitual ya, la inflamaciÛn comienza a hacerse insoportable, no puedo reposar la cabeza en mi lado izquierdo. El dolor me lleva al borde del llanto. Me fumo un pitillo tras otro, me tomo una ìDormidinaî, luego medio TrankimazÌn, luego otro pitillo, luego unos Alka-Seltzer que encuentro por ahÌ, luego otro pitillo, luego otro medio TrankimazÌn, luego se hace de dÌa. El agotamiento y la quÌmica consiguen que duerma unas horas, una vez m·s el TrankimazÌn me ha salvado la vida, es un autÈntico b·lsamo de Fierabr·s. Claro que el respiro es moment·neo, hay que buscar una soluciÛn r·pida y efectiva. Llamo a mi seguro en EspaÒa, ellos se encargan de las gestiones para que pueda acudir a un hospital. Dos horas de clase y en tailandÈs es mucho tiempo, llego tarde y me voy pronto, tengo prisa por llegar al hospital. La moto-taxi tarda menos de 10 minutos en llegar, en menos de 15 me atiende el mÈdico. Confirma lo que ya sÈ. Me receta unos antibiÛticos, por suerte es mi ˙ltima noche y no tengo pensado salir, por lo que la imposibilidad de beber alcohol no me importa. De regreso a casa paso por delante del Nanas, el dolor de la noche anterior me hace ver las cosas con m·s cordura, por lo tanto, no tengo tentaciones malvadas. Me conformo con recordar la noche anterior, noche de despedida. Esa noche salgo con Leo y con Paco, hacemos una ronda general de go-gos, vamos a los m·s habituales (Hollywood, Rainbow II, Rainbow I, etc.) y terminamos en el de siempre, el Pretty Lady. Es miÈrcoles, un dÌa en el que suelen estar casi todas las chicas. Entramos en el local y nos instalamos cÛmodamente en la barra donde bailan las mozuelas, para tenerlas a mano y verlas bien de cerca. No tardan en acercarse las que m·s conocemos. AquÌ, la costumbre es, en cambio de dar dos besos, hacer un repaso de su cuerpo con las manos. Para no faltar a la tradiciÛn, asÌ lo hacemos. Mientras charlan amigablemente con mis amigos, yo me entretengo intentando colar mi mano por cualquier recoveco de sus cuerpos que veo a mi alcance. Estando enfrascado en tan ardua labor, aparece Wan vestida de calle, lo que significa que viene de estar con un cliente. La recibo con un ìguarrilla, øde dÛnde vienes?î , pregunta harto retÛrica en esas circunstancias. Sabe que es mi ˙ltima noche y ha venido a despedirse. Nunca me la he llevado, pero siempre nos hemos llevado bien, tal vez justamente por este motivo nos llevamos bien... por lo menos tengo la tranquilidad de que en nuestra relaciÛn no median intereses econÛmicos, por mi parte sÛlo hay lujuria, por la suya, amistad con un occidental que habla tailandÈs y que la escucha y le habla cada noche de lo divino y de lo humano. Daa est· con un cliente sentada en un sof·. Nos saludamos desde la distancia para no espantar al primo que va a soltar los cuartos esa noche. Sin apenas percatarme, llegan las dos de la maÒana. Hemos pasado m·s de dos horas charlando y bebiendo. Es mi noche de despedida y yo me ocupo de la cuenta. No llega a cinco mil pesetas. Pienso que dentro de una semana, me gastarÈ lo mismo, pero sin haber invitado a nadie y con las manos en los bolsillos, frente a una barra abarrotada de gente vestida de invierno. Cuando quiero darme cuenta, todas las chicas conocidas han desaparecido. Salimos a la calle. Observo con satisfacciÛn que cierta normalidad ha vuelto a las calles. Ya se puede beber alcohol en los puestecillos de la calle, bueno... poder no se puede pero la policÌa vuelve a hacer la vista gorda a condiciÛn de que los puestos ambulantes simulen vender sopas de fideos y las copas se sirvan en vasos de cartÛn, es cutre pero mejor eso que no marcharse a casa a las dos. Tengo la sensaciÛn de vivir en ìChicago aÒos 20î bebiendo g¸isqui oculto tras un enorme cuenco de sopa. Tal es asÌ que espero en cualquier momento que aparezca un negro bailando claquÈ para amenizar la noche, al tiempo que el puesto de flores de al lado se gira y aparece una enorme ruleta, en cuanto la policÌa dobla la esquina. En fin, son los simples delirios de una noche de despedida. Me marcho pronto, el oÌdo est· empezando a dar avisos de la noche que me va a hacer pasar.

Aprovecho la noche de sobriedad obligada para descansar. Quiero levantarme pronto (relativamente) y disfrutar de las pocas horas que me quedan en Bangkok. Me voy al palacio de la inform·tica (Panthip) y ... °oh! øQuÈ ven mis ojos? El soporte para port·til con ventiladores y puertos USB incorporados. HacÌa m·s de un mes que lo esperaba, ya pensaba que me irÌa sin haberlo podido comprar. Lo compro, lo instalo y me apresuro a llamar a Leo. Desde que le expliquÈ mi intenciÛn de comprarlo se mofaba del artefacto, sin acabar de entender su utilidad, probablemente por la poca claridad de mis explicaciones dadas entre copa y copa frente a las go-go girls, que siempre son elemento de distracciÛn. Ante las excelencias de los resultados por mÌ descritas, no tarda en compr·rselo y pasa a formar parte del club de los que tenemos port·til con ventiladores suplementarios.

Ya cuento las horas que me quedan. Las maletas est·n pr·cticamente hechas desde hace dos dÌas, pero el momento crÌtico de cerrarlas y comprobar que ello es imposible todavÌa no ha llegado.

04 febrero 2004

Atr·s dejo Camboya con sus grandezas y sus miserias, atr·s quedan recuerdos que ser·n para siempre imborrables...

Pero hay que mirar al futuro, en este caso al futuro m·s inmediato que son las putillas de la capital siamesa.

Aterrizo en el aeropuerto de Bangkok sobre el mediodÌa, buena hora, no hay tr·fico todavÌa. Consigo llegar a mi apartamento antes de la una, tiempo para hacer un par de compras, un masajito de pies, y a la piltra a dormir las horas que no pude dormir la noche anterior. Hay que estar en forma para enfrentar la noche bangkokiana. Hace dÌas que no me ven y seguro que mis amigas est·n preocupadas.
Me levanto sobre las siete de la tarde. Me acerco al restaurante de los cupones, no, nada que ver con la ONCE. Se trata de un tipo de multi-restaurante muy difundido por el paÌs. Se compran cupones en un chiringuito, como si dinero del Monopoly se tratara, se coge una bandeja y se va de puestecillo en puestecillo comprando los alimentos que m·s nos agradan. Suele haber de todo, desde comida local hasta cocina italiana, pasando por japonesa o coreana. Terminado el recorrido, nos sentamos en una mesa y degustamos lo que hemos comprado. Una vez la panza llena, nos levantamos y nos vamos tranquilamente, sin esa absurda obligaciÛn impuesta por los ìrestaurantesî de comida r·pida de tener que limpiar uno la propia mesa. Si nos sobra dinero del que hemos comprado, volvemos al chiringuito y nos retornan dinero de curso legal. Es un tipo de restaurante poco conocido por los turistas, una l·stima, porque son realmente econÛmicos. La noche en cuestiÛn, me como un filete de salmÛn a la plancha por 40 bahts (menos de un euro).
Me voy paseando por Sukhumvit desde el restaurante hasta el Nanas, unos cuantos metros, pero que se pasan r·pido dado el espect·culo callejero que se organiza a esas horas con los comerciantes instalando sus puestos, las putas saliendo de sus cuevas y los turistas dando muestra de los primeros signos de embriaguez.
Entrando en el Nanas, me para un turista, y me mira cÛmo si me conociera, le sigo el rollo y le saludo con cierta efusividad, m·s falsa que un euro de madera. Intento que me dÈ pistas a ver si recobro la memoria. Pronuncia la palabra ìCambodiaî, ciertamente debe de haberme conocido allÌ. Me presenta a su ìnoviaî, en un primer momento la confundo con un travesti (abundantes en esa zona) y pienso: ìpobrecillo Èlî. Al hablar ya veo que no lo es, sin embargo, ella no estaba en Camboya, o sea que Èl se la estaba pegando a ella con las camboyanas y vietnamitas, en fÌn, un lÌo. Esto de peg·rsela el uno al otro se estila mucho por aquÌ, y yo que pensaba que era patrimonio de nuestro gran paÌs. El chaval en cuestiÛn me cuenta a grandes rasgos lo que ha hecho estos dÌas y con gran pesar me dice que se vuelve a Gran BretaÒa (creo) en un par de dÌas, supongo que sin su ìnoviaî. Le deseo suerte y me marcho, me marcho preocupado, muy preocupado. øCu·ndo y dÛnde he conocido yo a este joven? No paro de darle vueltas al asunto, y todavÌa hoy no hallo respuesta. øSer· la medicaciÛn? øSer· el whisky? Me temo es que la combinaciÛn de ambos. No irÈ al mÈdico porque ya sÈ lo que me va a decir, o sea que prefiero ahorrar su tiempo y el mÌo.
Para forzar la memoria, me instalo en el Pharaos y pido la primera copa mientras veo por televisiÛn uno de esos est˙pidos espect·culos de ìpressing catchî que tanto encandilan a los estadounidenses. Recuerdo que de pequeÒo, cuando a˙n no residÌa en EspaÒa, me fascinaba, pero era un niÒo y me lo creÌa. Lo patÈtico del asunto es que los que lo miran, lo pagan y lo gozan SON ADULTOS Y ESO ES MUY TRISTE (lÈase con voz de Pumares). Luego no me extraÒa que monten guerras como la de Irak. Terminado el bochornoso espect·culo viene una sesiÛn de crÌquet desde Australia. Entre el brit·nico que no sÈ de dÛnde lo conozco, el ìpressing catchî y el crÌquet, me est·n dando la noche. Hace falta con urgencia un cambio de tercio. Pago mis copas y me voy a ver a mis niÒas del Pretty Lady, a ver si me hacen olvidar un comienzo tan desastroso. Los camareros y encargados me reciben con la amabilidad que les caracteriza cuando est·n presentes ante alguien que saben que se va a dejar una pasta. No les quita mÈrito, pero es asÌ. Tailandia es el paÌs de la sonrisa, si antes has pasado por caja, naturalmente. No quiero decir que sean unos interesados, pero hay que pasar la ìprueba del algodÛnî y esa prueba consiste en gastar dinero. Luego, aunque no seas un derrochador, ya te tienen en estima, al margen del nivel de tu cuenta corriente.
Paso lista, parece que est·n todas, por lo menos las que m·s conozco, es decir, las que pueden sufrir abusos deshonestos por mi parte sin poner excesiva resistencia. Lo curioso de estas chicas, es que si un dÌa, por el motivo que sea, dejas de meterles mano, se preocupan. En alguna ocasiÛn que he tenido la moral baja, me he presentado allÌ a tomarme mis copas pero sin hacerles demasiado caso, quiero decir, las saludaba, pero no les tocaba el culo, ni las tetas, no les bajaba las bragas y ni hacÌa ning˙n acto l˙brico de los habituales en estos locales. Entonces venÌan ellas a preguntarme quÈ me pasaba y se ofrecÌan voluntarias a sufrir mi acoso, a sabiendas de que ello podÌa remontarme la moral, tal y como sucedÌa en la mayorÌa de los casos.
Hoy tambiÈn est· la chica-perchero. No es que estÈ quieta la mujer, es que en lugar de pechos tiene prominentes pezones de los que se podrÌan colgar numerosas prendas, sin que Èstos llegaran a doblarse, un autÈntico prodigio de la naturaleza.
Todas suelen ir vestidas con un bikini, que se quitan a la hora de bailar. Hay cierta uniformidad en los modelos, pero algunas, por destacar sobre las dem·s, utilizan modelos particulares. Una de las chicas, en su af·n por ser original, estrena hoy un nuevo modelo. Toda una serie de finas cintas recorren su cuerpo unidas a su vez por anillas met·licas, formando una suerte de malla; el trozo de tela (parece pl·stico) que recubre su parte m·s Ìntima tiene un pequeÒo problema, se mete dÛnde no debe y al mismo tiempo deja al descubierto los laterales de lo que debiera cubrir, todo ello debido, a mi entender a que las cintas que recorren su cuerpo estiran el bikini hacia arriba. Le hago notar, repetidamente, el pequeÒo inconveniente que tiene su reciÈn estrenada prenda, cosa que la hace sonrojarse mientras procura arreglar buenamente y con cierto disimulo el entuerto en que se encuentra.
S˙bitamente, mientras tomo la enÈsima copa, mis ojos tienen la oportunidad de contemplar un espect·culo inusual por estas latitudes. Una occidental decide unirse a las chicas que bailan sobre el estrado ante la atenta mirada de su pareja. Para no desentonar, se despoja de todas las prendas que no llevan las dem·s. Entra muy bien en su rol, sabe moverse, sabe lo que es una barra de go-go, y sabe que los juegos lÈsbicos forman parte del espect·culo. No quiero aventurarme sobre cu·l es su profesiÛn, pero la sospecho. Por sus rasgos parece ser de Europa del este. Goza y disfruta cuando la miran. Los m·s sorprendidos, agradablemente, son los orientales (japoneses, coreanos, chinos, etc.) que no suelen ver con frecuencia a mujeres blancas desnudas y moviÈndose a escasos centÌmetros de sus caras. Entre el jolgorio y los aplausos de todos los presentes la chica regresa con su pareja que est· rebosante de orgullo de tener una mujer que se va desnudando por los bares. Hay que ser muy liberal o gilipollas.
Va pasando la noche y el alcohol se hace notar. Pide cambio de terreno de juego. Me traen la habitual abultada cuenta, la pago y, tocando tetas y culos a modo de despedida, salgo del local.
Me encuentro con un gran despliegue policial. øHa vuelto Al-qaeda a amenazar este centro de ìvicio y perversiÛnî? No. Es un control m·s de ìyaa-baaî, la droga m·s en boga en Tailandia, una meta-anfetamina que algunas putas toman para aguantar la noche. Las dem·s no toman y la aguantan igual, pero bueno, eso es otra historia. Al igual que muchos otros, me quedo por allÌ curioseando. Observo que el objetivo del control, que consiste en una toma de muestra de orina, se dirige b·sicamente a los travestÌs. Por el ambiente reinante, m·s bien parece una fiesta, por lo que dudo que haya alg˙n resultado positivo. Me da la impresiÛn de que se trata m·s bien de un golpe de efecto hecho delante de todos los turistas, para que luego cuenten en sus paÌses que en Tailandia se preocupan mucho por la droga. Estos mismo controles se han hecho en colegios y universidades y allÌ sÌ ha habido resultados positivos. Contrariamente a lo que se pudiera pensar, los alumnos que dan positivo, no son castigados sino enviados a centros de desintoxicaciÛn. Toda esta guerra contra la droga lleva en funcionamiento apenas un aÒo y todavÌa no se ven resultados espectaculares. Se le ha dado carta blanca a la policÌa para que elimine a los narcotraficantes y hasta el momento ha habido unos dos mil muertos, en m·s de un caso, se duda que el muerto tuviera relaciÛn con la droga. Los efectos quiz·s se noten a medio plazo, de momento todo parece seguir igual.

El cuerpo me pide retirada. Le hago caso. Estoy bastante cansado de beber alcohol despuÈs de las 2 como si estuviera consumiendo alguna sustancia prohibida. En casa me espera la piscina y algo sÛlido en la nevera para darle a este cuerpo tan maltratado.
TodavÌa me quedan unos dÌas, y no es cuestiÛn de ponerse enfermo en el ˙ltimo momento.