26 enero 2004

Entre las 14 horas y las 16 horas hago cuatro amagos de levantamiento. Finalmente, por posibles futuros remordimientos y por verg¸enza frente al personal del hotel, me levanto para que arreglen la habitaciÛn. Estoy algo aturdido, me voy hasta la piscina, cojo un periÛdico thai (en inglÈs) y echo un vistazo a las noticias. Lo mejor para ponerse en forma es un buen masaje. Junto a la piscina hay un masajista chino que da masaje en los piÈs de reflexoterapÌa. CÛmo ya he dicho en otra ocasiÛn, no me creo mucho, o nada, este tipo de terapia, pero en cualquier caso, me da gusto y me pone en forma. Tengo pensado ir a pegar cuatro tiros y quiero estar en condiciones, que las armas crean mucha tensiÛn y hay que estar preparado.
Tras el reconstituyente masaje, me dirijo a mi habitaciÛn. Me enfundo mi uniforme de guerra y salgo pletÛrico del hotel. Hay un taxista que me ofrece sus servicios, pero me pide que vaya hasta la esquina y allÌ me recoger·, todo para evitar la comisiÛn que deberÌa pagar al hotel. Le indico mi destino: el campo de tiro, por llamarlo de alguna forma. No me lleva al que yo quiero, me da igual, por echar un vistazo, que no quede.
El tr·fico es abundante, no precisamente de coches, sino m·s bien de motocicletas. No hay un orden establecido, la circulaciÛn es un caos, los sem·foros son meros elementos decorativos, ·rboles de navidad perennes con sus lucecitas de colores correspondientes.
Pasada una media hora arribamos a puerto. No hay m·s coches que el de mi taxista. Buena seÒal, todo est· a mi disposiciÛn. Me presentan la carta, como si de un restaurante se tratase. La oferta es amplia, desde una simple arma corta china hasta un lanza-cohetes.
Para empezar, un cl·sico: M-16. Para entrar en calor no est· mal. Me preparan el cargador con sus 30 proyectiles, me pongo en posiciÛn de tiro, rodilla en el suelo, dedo en el gatillo, adrenalina subiendo..... suena el mÛvil! °No me llama nunca ni Cristo! øQuiÈn llama en los momentos m·s inoportunos? Una madre, obviamente. A 12.000 kilÛmetros debÌa de sentir mi adrenalina subiendo a mil. En una mano el M-16, en la otra el vetusto Ericsson y, un poco m·s all·, la mirada estupefacta de los camboyanos que no entendÌan la situaciÛn. ìestoy con algo importante entre las manos, llama m·s tardeî es mi escueta respuesta. Comienza el festival de tiros. Tras varios disparos, pasamos el arma a modo autom·tico. Las r·fagas se suceden, el aceite del arma salpica toda mi camiseta, no me importa, es un orgasmo. SÛlo falta un ingrediente: gente viva corriendo delante de mÌ. Me tienta girar el arma hacia los camboyanos que miran cÛmo me divierto, pero la sensatez que me domina en estado sobrio me impide hacerlo. Se acaba la primera sesiÛn. Vuelvo a la carta, escojo esta vez un arma corta, una china de la que no recuerdo el nombre. Me vitorean cada vez que doy al blanco, m·s de las que cabe esperar de un mero aficionado. Tras haber derribado todos los monigotes met·licos, quiero algo m·s fuerte. Una ametralladora corta rusa me llama la atenciÛn. Dicho y hecho. Ya tengo la Usi en mis manos. °Venga a soltar r·fagas! Que no quede uno vivo. Es una eyaculaciÛn de plomo. Un autÈntico placer. Con la camiseta salpicada de grasa negra y olor a pÛlvora por todo el cuerpo, decido tomar un descanso. Mientras tomo un refresco, echo un vistazo a las m˙ltiples armas que allÌ se exhiben. Quieren tentarme con el lanza-cohetes o con lanzar granadas de mano, pero declino la oferta, una por cara la otra por aburrida. Sin embargo, hay una infinidad de rifles y ametralladoras que sÌ me gustarÌa probar. Comienza a anochecer. Es hora de plegar velas y cambiar el metal por la carne. Le indico al conductor que me traslade hasta el BBW, la competencia de Mc Donaldís que no se ha establecido todavÌa en el paÌs. Sorteando coches, camiones, motos, bicicletas y cualquier otro tipo de vehÌculo, llegamos hasta la mala copia de la cadena de hamburgueserÌas. Pido pescado frito. Me dan un n˙mero y me indican que en breves momentos me traer·n la comida. Tiene la apariencia total de ìfast-foodî, queda en ìfoodî. Con algo sÛlido en el estÛmago, me dispongo a regresar al hotel para hacer la digestiÛn. Pongo TVE internacional para echar un sueÒecillo, resulta efectivo. Sobre las 10 de la noche me pongo las pilas para comenzar la velada. Mismo ritual, ducha, ropa, tabaco, c·mara de fotos y dem·s elementos que puedan hacer de la noche algo divertido.
El Sharkyís sigue siendo mi lugar predilecto para comenzar la noche. Apenas pasado un dÌa ya me conocen desde los motoristas de abajo hasta las putillas de arriba. Apenas pasados cinco minutos, estando yo en la barra, aparece Lii. Lii es una jovencilla camboyana que conocÌ en mi primera visita al paÌs. No se acuerda de mÌ, lÛgico. QuiÈn sabe a cu·ntos extranjeros ha conocido en cuatro aÒos. Intento que haga memoria, pero desisto ante la inutilidad de mi objetivo, no tendrÈ descuento por ser un viejo conocido. Pienso que tal vez me equivoco, pero adentrada la noche y desprovista de su ropaje la reconozco definitivamente. Es habitual que los occidentales veamos a todos los asi·ticos iguales, de la misma forma que ellos nos ven muy parecidos, pero con los aÒos que llevo en Asia, es raro que me equivoque.
Charlamos un rato, su inglÈs ha mejorado considerablemente, lo que indica que ha frecuentado numerosos extranjeros en estos aÒos. Quedamos para m·s tarde en el Martiniís. Un par de copas m·s en el Sharkyís y ya se hace la hora de desplazarse hasta el prÛximo nido de vÌboras. Como cada noche, al bajar las escaleras del Sharkyís, se produce una avalancha de aspirantes a transportistas, seÒalo uno, el habitual, y la masa se deshace.
Entrando en le Martiniís me encuentro con George, un anciano de habla anglosajona, que no mide m·s de metro y medio y roza los 70. Lo conozco de Bangkok, le pregunto quÈ hace por aquÌ, una pregunta un tanto retÛrica porque la respuesta es obvia. A pesar de su edad es m·s putero que un treintaÒero. Habla sin parar, le hace caso a cualquiera que le mire, y claro, tiene amigos por todo. Puede llegar a ser exasperante. Cuando nos encontramos, est· acompaÒado de un joven, que no ve el momento de que George se calle para poder marcharse. Me pregunta si ya he tomado ìhierbaî, le respondo que no. Se apresura, entonces, a rebuscar en sus bolsillos, le pregunta a su amigo. Me ofrece acompaÒarle al hotel porque allÌ tiene y me regalar. Me cuenta que el otro dÌa comiÛ pastelillos de chocolate hechos a base de hierba y que se lo pasÛ bomba. Me alegro por Èl, pero no consumo este tipo de sustancias, no se lo digo para no decepcionarle.
El kilo de hierba costaba hace unos aÒos dos dÛlares el kilo. Se hicieron famosas las pizzas en las que el orÈgano (demasiado caro) era sustituido por hierba local. De ahÌ la generosa oferta de George. Si le hubiera pedido una copa de Johnny Walker (2$) no sÈ si hubiera sido tan generoso.
Me deshago del porrero senil y entro finalmente en el complejo l˙dico. Doy una pequeÒa vuelta y mi acompaÒante de la noche anterior hace inmediatamente acto de presencia, ya sabÌa yo que los 20 dÛlares le habÌan impresionado. Me siento con ella un rato y tras una copa, le doy a entender que al igual que ella es puta, yo soy putero, y que intentar repetir es una pÈrdida de tiempo, tanto para ella como para mÌ. Una vez aclarado este punto, si bien me controla desde la distancia, inspecciono el mercado. Apenas tomado el segundo sorbo de mi segunda copa, reaparece Lii. Me recuerda que hemos quedado, desinteresada que es la niÒa. Tengo una obligaciÛn contraÌda que debo cumplir. Le gusta bailar. Le digo que baile, que mientras tanto yo bebo. Sobre las dos y media creo que ya es hora de repasar la anatomÌa de Lii. La llamo y nos vamos con el moto-taxista-comisionista. Esta vez dejo bein claro que no pienso pagar m·s de 5 dÛlares por un par de horas en el hotel. Pago tres. La noche promete. Mientras Lii se desviste, preparo mi equipo fotogr·fico, es decir, saco loa c·mara del bolsillo. Se escandaliza en un primer momento, le hablo y pongo cara de mosqueo. Ve peligrar su remuneraciÛn. Acepta un tanto reacia. Obviamente le digo que las fotos son para mÌ y que no las va a ver nadie (nadie que no tenga internet), no est· convencida pero se deja. Le dejo claro que copular o no copular me da igual, pero las fotos son las fotos.
Pasamos un rato en la habitaciÛn. Le pago, pide m·s. Le digo que maÒana, que no tengo m·s (mentira). Bajamos, ya est· mi motorista esperando, mosqueado por no cobrar comisiÛn del hotel. Me despido de Lii. Una pen˙ltima copa en el ìAfter Darknessî no puede hacerme daÒo. Me vuelvo a encontrar con Shane, el irlandÈs. Charlamos, pero ya nos cierran el bar. OptÛ por una retirada honrosa, es decir, caminando en lÌnea recta.
Llego al hotel. Me doy un baÒito en la piscina, y a dormir, que maÒana queda mucho trecho por recorrer en el paÌs khmer.

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